Sunday, January 29, 2017

TRUMP Y LAS MULTITUDES

Mi padre dijo recientemente algo que tiene mucha miga -aunque sea una miga algo negra-: "debería morirme ya, ¿verdad?, a cada momento ya sé lo que va a pasar". Siguiendo el razonamiento a mí deberían quedarme muchos cortes de pelo, ya que tengo la impresión de que mis pronósticos erran a menudo y que el mundo nunca deja de sorprenderme. Sin embargo, que no atesore la sabiduría octogenaria del señor Montesinos no significa que a estas alturas me escandalice cualquier cosa. Soy de natural candoroso -mi viejo me lo ha dicho muchas veces-, pero ya he estado en algunos sitios de por ahí y las cosas no me entran por los ojos y me salen por el cogote. 

Miren, Trump no es un fenómeno nuevo, por más que nos obcequemos en asociarlo a la posverdad, los simulacros mediáticos o las nuevas formas oligárquicas del posfordismo, la posmodernidad y la globalización. Trump es un facha de manual, uno de tantos majaderos a los que la gente hace caso cuando tiene miedo, un trilero con ínfulas de macho alfa al que jalean los débiles de espíritu porque les dice que tienen derecho a detestar a los negros, irse de putas, tirar la colilla al bosque o zurrarle a la esposa simplemente porque son yanquis y un yanqui pone los pies sobre la mesa si le sale de los bollocks. 

¿Es malo Trump? Desde luego que sí, es nefasto, es tan malo como Bush, como Thatcher, como Kissinger, como Nixon, como Sarkozy, como Putin, como Aznar, como Blair, como May... ¿Estoy diciendo que los malvados dirigen el mundo? Contestaré con otra pregunta: ¿y cuándo no fue así? Trump va a hacer sufrir a mucha gente inocente con decretos delirantes, será lo que profetizó Woody Allen hace décadas, un excelente actor y un horroroso presidente. No sólo perjudicará a las minorías étnicas, hará lo posible para dañar también a las clases medias empobrecidas que le han votado y buscará después la manera de culpar a los inmigrantes, los musulmanes, la prensa o los burócratas de Washington. 

Yo no voy a perder el tiempo en odiarle, ni siquiera en temerle. Trump en realidad es un fantasma, uno de los últimos rescoldos luminosos de un orden que está muriendo, el de las viejas naciones, el del colonialismo patriótico a la vieja usanza, el de las identidades colectivas asociadas a un territorio, el de las comunidades sedentarias...

Lo que pretende el "trumpism" es una fantasía ridícula e irrealizable, no se le pueden poner puertas al campo. La valla de México es un truco de prestidigitador, dinero de los impuestos que no servirá más que para incomodar a los más desdichados. Hay ya cincuenta millones de hispanos en los USA, y la mayoría no entraron por la frontera sur. Habrá más, es irremediable. La globalización es celebrada por la oligarquía de las grandes corporaciones porque permite encontrar siempre nuevos mercados y  mano de obra más y más barata -hasta los límites de la esclavitud-. Pero la globalización implica también movimientos de masas e intercambios culturales cuyos efectos de ninguna manera pueden quedar bajo el control del capital. 

Decimos que divisas y mercancías circulan mientras la gente paga las consecuencias de la desigualdad creciente y sufre, pero, además del capital, los ejecutivos y las mercancías, también circula a toda velocidad la información, al igual que las multitudes en busca de una vida mejor. Trump puede prometer a América regresar al siglo XIX, pero no es posible impedir que el mestizaje y un incalculable intercambio de mensajes sean la auténtica lógica silenciosa e incontenible de los tiempos. El relato de la América WASP de Trump, que siempre fue falso, ya sólo es un vampiro, son las multitudes en permanente movimiento las que están protagonizando la colosal transformación histórica que vivimos. La gente trabaja, produce, aprende, viaja, intercambia ideas, formas de vida y destrezas... 

Es razonable sentir cierto vértigo, pero no podemos limitarnos a expresar espanto y escepticismo ante los procesos de hibridación acelerados a los que asistimos y de los que, queramos o no, formamos parte. La gente lo pasa mal, no hay duda, y padece las continuas violaciones de derechos que las nuevas -y las viejas- formas de dominación producen incesantemente, pero esa misma gente también goza del inmenso placer de vivir y amar entre fiestas de cumpleaños, canciones de rap o bromas en la fábrica. La vida fluye sin que -como nos enseñó Nietzsche- el impulso enfermizo y descendente de los vampiros pueda congelarlo. 

No hay una revolución conservadora y nacionalista, como quieren hacernos creer los Trump, Putin, May o Le Pen, hay una revolución de las multitudes -en realidad siempre la hubo-... el asunto es si sabemos advertirlo.   

Friday, January 20, 2017

LA POSVERDAD

La "posverdad" ha sido designada palabra del año.

 No sé qué recorrido futuro puede tener, desconozco si se instalará entre nosotros o, como las hombreras, tendrá un recorrido tan fulgurante como efímero. No importa, la posverdad puede ser sólo un nombre vacío, pero sospecho que nada dice tanto sobre nuestra condición contemporánea como los nombres vacíos. 

"¿Por qué lo llaman posverdad cuando quieren decir mentira?", pregunta uno de los que, acaso por falta de buen humor, siempre se irritan con cualquier novedad. Pero es una mala pregunta, porque la mentira y la posverdad no son la misma cosa. Muy al contrario, sólo se habla de mentira en la medida en que podemos determinar qué es lo verdadero. Y eso es justamente lo que el espíritu del tiempo ha puesto en situación de incertidumbre; no sabemos dónde se ha metido lo verdadero, o mejor, no estamos seguros de disponer de los elementos para distinguirla. La verdad ha perdido su prestigio, ha dejado de ser operativa. Esto no significa que haya desaparecido, significa que tenemos vía libre para desembarazarnos de ella cuando nos venga bien. Y significa también que se puede aspirar al éxito sin vivir bajo su otrora marco protector. 

Se asocia la posverdad con el inicio de la Era Trump. Ciertamente, Trump ha llegado al poder a partir de la mentira. El problema es que, al contrario que en el caso de Nixon -al que defenestraron por mentiroso antes que por espiar a los demócratas- la gente vota a Trump aún a sabiendas de que probablemente miente. Este fenómeno se ha dado también entre nosotros con Podemos. Muchos que manifestaban en las encuestas la intención de voto a favor del partido morado reconocían no creer en las posibilidades de realización de sus promesas. En suma no se vota a ciertas opciones porque sean "verdaderas", en cierto modo se les vota porque son ficción, y les pedimos que lo sean, que se atrevan a serlo e incluso a parecerlo. 

Hay, claro, otra manera de verlo; "voto a Trump porque se atreve a decir la verdad que todos pensamos pero nadie más se atreve a decir." Pero incluso el palurdo que dice esto intuye, en el fondo, que no es la verdad de la razón, sino la emocional, la que los demagogos como Trump capturan de entre las vísceras para hacerse querer. Y el problema de la verdad del bajo vientre es que nunca es verdadera salvo entre las hordas de bárbaros, no cuando se trata de gestionar con justicia la vida en común entre seres civilizados. 

No, la posverdad, o si prefieren, la posmodernidad, de la que sólo es uno más de sus síntomas, es sólo un síntoma más de la condición contemporánea, cuyo destino es vivir en la incertidumbre y la desorientación. No podemos establecer un criterio de verdad porque todo va demasiado rápido para que nos dé tiempo a reflexionar y obtenerlo. Y si lo obtenemos, debemos saber que es precario y cambiará de inmediato. 

"Sociedad líquida", dije la semana pasada refiriéndome a Bauman. Debemos acostumbrarnos a la idea de que el estado sólido ya no corresponde a los referentes que nos sostuvieron. Eso es malo porque el trabajo se hace precario, la incomunicación se extiende secretamente entre las múltiples vías de contacto virtual, y las instituciones que protegen a los débiles se ven más y más amenazadas, empezando por la democracia misma, que se abarata tanto que ya cualquier república bananera se autodenomina democrática. Pero también es bueno, porque hace saltar en pedazos relatos que han avanzado sólo a costa de millones de muertos, como el de la superioridad de Occidente, la autoridad de los dueños del Templo, la legitimidad de las oligarquías, el patriarcado, el matrimonio convencional...

Los apologetas de la Verdad, esos de los que tanto se burló Nietzsche, gimen melancólicos en las exequias de su Dios... Pero ignoran que, como nos enseñó hace más de un siglo el autor de Zaratustra, la verdadero es una construcción humana o, como él diría, "sobrehumana". Zizek nos dio recientemente la "bienvenida a tiempos interesantes". Los tiempos interesantes son inquietantes, porque en ellos se navega a la deriva, sin saber bien a dónde dirigirnos o, para que se me entienda, sin elementos para juzgar cómo dirigir una biografía. 

No sé si me estoy explicando. La posverdad -aunque mañana la llamen de otra manera- no es el triunfo de los mentirosos, aunque ahora mismo lo parezca, es más bien el momento en que advertimos que tenemos que construir un relato que sostenga nuestra determinación de continuar adelante. Bienvenidos pues a tiempos interesantes. Y no lo olviden, hoy es nuestro primer día contra Trump.

Sunday, January 15, 2017

EN LA MUERTE DE ZYGMUNT BAUMAN

Llevo varios días pensando en qué puedo decir sobre Zygmunt Bauman, autor al que me he referido en innumerables ocasiones. Esperaba su muerte, era nonagenario, por más que su actividad editorial seguía siendo pasmosamente frenética. Creo que lo que me tiene algo atorado es la insistencia, algo obsesiva en estos días de exequias, en hablar de Bauman como un intelectual de masas, un "pensador viral", he leído. 

Es curioso que incluso he localizado algún trabajo periodístico en que pensadores tan reputados como Xavier Gomà o Adela Cortina son interrogados, no ya por el valor y la trascendencia de sus ensayos, sino por los motivos de su celebridad. Es decir, más que de un sociólogo, estaríamos hablando de un fenómeno sociológico... Qué ironía, el propio Bauman se habría debido analizar a sí mismo, o mejor, a su avatar en el mundo de la fama si tuviera la soberbia de Zizek u otras celebrities por el estilo. 

Empecé a leer a Bauman en los noventa, cuando cuando se hizo conocido a raíz de "Modernidad y Holocausto" y, después, cuando hizo fortuna con su fórmula "modernidad líquida", con la que definía la condición de las comunidades contemporáneas. Fue una lectura placentera y constructiva. Asistí después algo perplejo a ese proceso que le convirtió supuestamente en un autor de masas, desarrollando una voracidad editorial inaudita en la literatura filosófica y que sorprende especialmente en un hombre de edad tan avanzada. 

Hay quien, como es el caso de Enrique Gil Calvo, no pueden evitar que los árboles les impidan ver el bosque y caen en la tentación de hablar de Bauman como un bluff, un autor disperso e inconsistente y un producto del negocio editorial. Personalmente creo que Bauman ha publicado demasiados libros en los últimos veinte años y que la insistencia en titularlos con el rótulo de "lo líquido" no ayuda a desactivar críticas como las de Gil Calvo. 

En estas horas, cuando ya sé que no tendré más a Bauman, debo exigirme más altura de miras que quienes simulan desprecio ante la fama que en el fondo codician. Miro a la estantería, cuento once libros de Zygmunt Bauman, no está mal, pienso, son más de los que tengo de Nietzsche o de Kafka. Los he leído todos con suma atención, están abundantemente subrayados y anotados... A mí Bauman me ha dado mucho; bien pensado no me ha sobrado ni una sola de sus lecturas. 

Creo saber el porqué. Aparte de la evidencia de que es un maravilloso prosista, capaz de resultar pedagógico en sus argumentos y a la vez emocionar, Bauman ha sido capaz de diagnosticar los fenómenos de la cultura contemporánea con una precisión quirúrgica.

 Lo de la liquidez se ha repetido en exceso, pero, reconozcámoslo, designa con enorme inspiración la lógica en la que nos movemos. "Todo lo sólido se desvanece en el aire", dijo Marx. Los escritos de Bauman desarrollan esa idea en todas sus consecuencias tal y como hoy se nos presenta, es decir, como clave de todo lo que nos afecta. Los vínculos laborales ya no son los del fordismo, de ahí la extensión del precariado; las relaciones entre personas se hacen irresponsables y efímeras; las asociaciones entre ciudadanos son sustituidas por comunidades internáuticas de afinidades... Todo pasa por delante de nosotros, pero nada parece llegar a cuajar, a tomar la consistencia necesaria para venir y quedarse. Podemos hacer valer el término "posmodernidad" si sabemos aplicarlo: encontramos en el mundo más o menos las mismas cosas que antes, las mismas necesidades, similares angustias... pero ahora todo pasa demasiado rápido, nada se detiene el tiempo suficiente para que lo entendamos, no hay tiempo para reflexionar, no hay posibilidad de proyectar una biografía sostenible. Los elementos son los de siempre, pero como todo discurre sin detenerse, el escenario toma un aspecto completamente distinto. Estamos condenados a la ansiedad y, en cierto modo, a la esquizofrenia. 

Zygmunt Bauman me enseñó a entender que el filósofo debe aprender a vislumbrar la especificidad de los nuevos paisajes del dominio, la exclusión y la miseria, pero sin negarse a abandonar la tradición crítica. Al contrario que otros profetas de la posmodernidad, como Lyotard, Vattimo o Baudrillard, Bauman se nos reclama no abandonar a Kant, Marx, Adorno o Arend. Hemos ingresado en lugares donde nunca estuvimos antes, esto es completamente cierto, pero somos los mismos, luchamos por los mismos derechos y necesitamos saber cómo son las nuevas tierras sin volvernos locos. 

Lean a Bauman y, si me aceptan un consejo, dejen de atender a polémicas idiotas.        

Saturday, January 07, 2017

CAÑIZARES Y LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO

Comparto en todos sus términos la instrucción sobre identidad de género que prepara el gobierno valenciano, lo cual no significa que considere dicho plan incuestionable. Estamos ante una materia que es objeto de controversia en el seno de la sociedad porque recoge reivindicaciones muy serias y que afectan seriamente a la sensibilidad de millones de personas. La ley es buena, pero ha de explicarse, y las instituciones deben aprovechar la oportunidad para efectuar una labor que tiene implicaciones pedagógicas. 

Veamos. La ley de género que se aprobó el año pasado a nivel autonómico madrileño es un progreso, pero resulta insuficiente para asumir la demanda del colectivo LGTB. Lo que pretende el gobierno valenciano es despatologizar la transexualidad, es decir, que si yo decido cambiar de sexo, no necesito un documento que indique que padezco "disforia de género" para exigir que se me trate como mujer y se me faciliten los medios médicos para ejercer mi voluntad de dejar de ser un varón. De igual manera la comunidad es obligada a no ejercer sobre mí ninguna forma de discriminación, exactamente lo mismo que ya ocurre por ejemplo con los homosexuales. 

Entiendo que susciten dudas las piezas de la ley que se refieren a los menores, por eso es bueno que el Consell se explique, ya que de lo contrario la interpretación del texto sufrirá tergiversaciones que pueden dañar la legitimidad de unas reivindicaciones perfectamente justas. No me extiendo más sobre el particular, mi consejo es que la gente lea la ley. 

Pero ya que estamos, sigamos siendo pedagógicos, porque el inefable Cardenal Cañizares ha hecho algo más que discrepar de una ley. Habla de "adoctrinamiento" y de "colonización de las mentes" por parte de la "ideología de género". Se debe contestar a esta acusación, pero sería un error por parte del Consell aducir que con una ley como ésta se limitan a responder a una demanda social. Lo que está haciendo es llevar a la práctica política unos principios éticos. No sé si el género es una ideología, lo que sí sé es que instaurar leyes contra la discriminación de los transexuales implica tener el coraje de hacer valer unos ideales de justicia. Y eso ocurre aún a sabiendas de que muchísima gente va a estar en contra y de que tales medidas acaso no sean electoralmente rentables. Hay que posicionarse para lanzar esta ley, hay que pelearla como ya se hizo con el divorcio, el aborto o el matrimonio homosexual... No basta con promulgarla, hay que crear el espacio de convivencia adecuado para que sea aplicada con todas sus consecuencias. 


Me aplico el cuento. Cuando Cañizares acusa a los profesores de la enseñanza pública de intentar formar éticamente a nuestros alumnos está dando en el clavo. Yo tengo lesbianas, gays y transexuales en clase... ¿creen ustedes que en mi labor docente soy neutral hacia sus reivindicaciones? Yo no obligo a mis alumnos a compartir mis criterios -menudo aburrimiento sería eso-, pero debemos asumir sin complejos que actuamos ideológicamente cuando animamos a dos chicas lesbianas a hacer explícito su afecto mutuo,  y lo somos igualmente cuando -como todavía hacen algunos profesores en contra de mi criterio- se censura a una niña por llevar un hombro al aire. De igual manera, propagamos valores cuando exigimos que se respete un turno de palabra en el aula o cuando sancionamos a un alumno porque ha llamado "marimacho" a una compañera de clase. 


Otra cosa es que trabajar dentro de una escala de valores implique "adoctrinar". Yo soy profesor de filosofía con todas las consecuencias: lo discuto todo, lo cuestiono todo, acepto cualquier discrepancia y, si procede, trato de desactivar prejuicios que lesionan la convivencia. Es la gente como Cañizares la que adoctrina, y son sus profesores de Religión los que transmiten dogmas, es decir, supuestas verdades incuestionables. 

"Colonizar las mentes"... Hay que tener la cara muy dura, diantre.