Friday, October 20, 2017

VOLVER A LA ACADEMIA

La noción extendida sobre el idealismo político de Platón es, sospecho, tan inexacta como la que define el "amor platónico": aquél que inunda el alma con su luz deslumbrante sin manifestarse en tanto que deseo sexual. No abandono el error y sus consecuencias si afirmo que el intelectual llega a morar en el mundo de las ideas desde el momento en que renuncia a los juegos de la política, a sus vanidades, a sus injurias. 

Veamos. En la Carta Séptima un Platón ya veterano reconoce haber renunciado a la "política activa". Sometida ésta a toda suerte de vértigos y mezquinos intereses privados, la distancia entre el ideal de justicia y la práctica cotidiana del poder se le hace insoportable. 

Sabe bien por qué dice lo que dice. Su amado maestro, Sócrates, fue condenado a muerte por la Asamblea tras un duro proceso en el que hubo de defenderse de las insidias de sus numerosos y encarnizados enemigos. Se le reprochaba connivencia con el gobierno tiránico y filoespartano de Los Treinta, entre los que figuraba alguno de sus familiares. No contempló suficientemente la Asamblea que cuando Los Treinta "invitaron" a Sócrates a participar en una caprichosa detención éste arriesgó el pellejo negándose a obedecer. ¿Cómo puede la polis condenar al más justo y sabio de entre los hombres?, se preguntaba el joven Platón mientras asistía junto a sus condiscípulos al momento en que el maestro tomó la cicuta.  

Traumatizado para siempre, decidió abandonar el Ática y descifrar los secretos de la sabiduría entre las ruinas de Egipto, donde tuvo noticia de la Atlántida. Viajó a Siracusa para habitar en la corte de Dionisio el Viejo en calidad de asesor político, habida cuenta de la fama que ya había alcanzado en Atenas como sabio de la filosofía y las matemáticas. 

Allí conoció al joven Dión, a quien guió en su viaje hacia el resplandor de la verdad suprema, la idea de Bien. Platón entendió que el hedonismo que dominaba a los habitantes del sur de la Itálica alejaba al reino de cualquier proyecto político basado en la Justicia. Aquello terminó por enojar el viejo Rey de Siracusa, sobre todo cuando, tras espetar a Platón que hablaba "como un viejo cascarrabias", éste le contestó que prefería ser un cascarrabias antes que un tirano. Dionisio captó la indirecta, de manera que si Platón salvó la vida fue sólo por su prestigio en el Mediterráneo Oriental, que hizo pensarse al Rey la tentación de sacarle a aquel sabiondo la piel a tiras. Hubo no obstante de abandonar por mar Siracusa en calidad de cautivo, terminando por ser vendido como esclavo en el puerto de Egina, ciudad que había jurado matar a cualquier ateniense que pisara sus calles. 

Un misterioso cirenaico, reconociendo al filósofo, pagó su precio con la única intención de liberarlo para ayudarle a regresar a Atenas. Dión, al conocer la peripecia de su amigo, reembolsó al cirenaico lo invertido, pero éste, convencido de haber actuado con justicia, invirtió aquel oro en comprar un terreno en el Ática para que Platón cumpliera su sueño de fundar la Academia. 

Me atrevo a pensar que aquel gesto de un casi anónimo admirador de la filosofía es uno de los hitos fundacionales de la civilización europea. La Academia, pese a que siempre hubo laureados y plebeyos empeñados en su destrucción, duró casi un milenio. Ya bajo la dirección de su templo, Platón no dejó de afirmar su desprecio por quienes se dedicaban profesionalmente a la política. Y, sin embargo, nunca olvidó que su supremo interés era formar a los futuros salvadores de la polis. Además, no es cierto que hubiera abandonado los corredores del poder para siempre. Hubo nuevos viajes a Siracusa. 

Su segundo estancia no fue más tranquila que la primera. Dión le notificó con entusiasmo que, fallecido ya el viejo Rey, había subido al trono Dionisio el Joven, de quien esperaba grandes cosas. Su decepción debió ser colosal. Cuando llegó el maestro se encontró con un escenario mucho más oscuro de lo que imaginaba. El Rey acusaba a Dión de formar parte del cenáculo de quienes conspiraban contra él. Dión fue finalmente obligado a exiliarse y la posición de Platón se complicó, pues inevitablemente se le asociaba al hombre caído en desgracia. Sin embargo, el Rey insistió al viejo en que siguiera a su lado. De alguna manera su prestigio le era útil, pero Platón se sentía poco menos que como un esclavo privilegiado y tomó la senda del puerto para regresar al Egeo en cuanto pudo. No sería la última visita, hubo una tercera en 360. 

Algún tiempo después, y contra todo pronóstico, Dión decidió regresar triunfal de su exilio con un ejército de mercenarios con el que derrocar al Rey de Siracusa. Invitó a Platón a formar parte de aquella guerra, pero el viejo maestro se negó, haciendo ver a Dión que aquel intento de imponer un gobierno justo por la fuerza era lo contrario de lo que le había enseñado. Dión acabó finalmente con el tirano, pero su gobierno fue igualmente tiránico y no tardó en ser a su vez derrocado y muerto. Platón fue también inquirido por los nuevos apoderados de Siracusa. Les insistió en que intentaran que su gobierno se basara en el ideal de justicia y no en la fuerza de las armas. Obviamente no le hicieron caso.

Platón vivió ochenta años, una longevidad digna de dos vidas en su tiempo. Nunca dejó de pensar sobre la única de sus verdaderas obsesiones, que no eran las matemáticas, ni la metafísica, ni el amor, sino la polis y la posibilidad de construir un gobierno justo. 

Vivimos tiempos en que cualquiera se cree capaz de efectuar estimaciones políticas desde la barra de un bar, pegando alaridos desde twitter, exigiendo porras y encarcelamientos o colgando una bandera en un balcón. Yo reclamo regresar a la Academia, porque la política -como las matemáticas, como el amor, como la vida- es una forma de sabiduría, seguramente la mayor de todas.  

Saturday, October 14, 2017

FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, PROTECTOR DE LOS INDIOS

En momentos de zozobra uno tiende a regresar a sus referentes. Es, supongo, una manera de ceder a un instinto de autoprotección. Debe ser esa pulsión freudiana la que me inclina a regresar a los ensayos de Juan Goytisolo, concretamente a Furgón de cola, un texto de 1962, cuando en pleno desarrollismo el Régimen intentaba adecentar la fachada ante la afluencia extranjera. Un artículo olvidado sobre el esencialismo hispánico de Menéndez Pidal despierta mi atención. 

La trascendencia de la ingente obra investigadora de RMP sobre la literatura castellana no admite dudas ni regatea agradecimientos en el joven Goytisolo que, conviene no olvidarlo, escribe desde el exilio voluntario de París. 

RMP estaba obsesionado por Fray Bartolomé de las Casas, sobre el que lanzó todo tipo de imprecaciones, por ejemplo la de estar "loco de remate" o la de ser un resentido y un paranoico obsesionado con envenenar las glorias de la colonización americana. Como sabemos, Las Casas ha pasado a la historia como fundador, junto a Francisco de Vitoria, del llamado "derecho de gentes", origen de una larga secuencia ética y jurídica cuya estación final, a siglos de distancia, sería la Declaración de los Derechos Humanos. 

En Destrucción de las Indias, en un momento todavía muy temprano de la colonización, Las Casas presenta una descripción interminable de atrocidades cometidas por los conquistadores, cuya crueldad sin límites se ensañaba sobre las comunidades indígenas por la enfermiza obsesión de encontrar oro y plata. Ya en escritos anteriores, producto de un esfuerzo incesante que mantuvo durante su larga vida y hasta la muerte, Fray Bartolomé trató de llamar la atención de las autoridades de la metrópoli sobre el trato inhumano que se otorgaba a los indios. El cronista Gómara, acompañante de Cortés, presentaba como gloria de conquista sobre los bárbaros lo que el dominico desenmascaraba como una suerte de tropelías y un escenario infernal de sangre e infamia. 

Las Casas nunca tuvo dudas, lo único que justificaba el imperio era la evangelización de los indios. Quizá fuera un asceta y, como sugiere RMP, un iluminado del diablo, destinado a alimentar la leyenda negra que los enemigos europeos escamparían después sobre el imperio donde no se ponía el sol. Ciertamente, su biografía está llena de sinuosidades y contradicciones, aunque lo que RMP presenta como las debilidades de un tipo movido por la envidia, constituyen a mis ojos -y creo que a los de Goytisolo- las trazas de un coloso, un personaje fascinante cuya influencia sobre el mundo moderno habría de situarle al lado de un Erasmo de Rotterdam y como precursor de monstruos como Rousseau. 

Las Casas se equivocó en muchas cosas, pero cada vez parece menos claro que fuera un "exagerado patológico", como pretende RMP. Es cierto que demandó a Su Majestad el envío de "negros africanos" con los que trabajar en las minas para evitar la muerte masiva de "mis indios", pero también lo es que antes de morir se arrepintió de aquella evidente incongruencia. A ella por cierto se refiere Borges  con considerable injusticia en uno de sus relatos de Historia universal de la infamia, el titulado El atroz redentor Lázarus Morell.    

Llama la atención la insistencia de RMP en ensalzar la figura de Juan de Vitoria para desacreditar la de Las Casas en tanto que creadores del "Derecho de Gentes". Pese al acuerdo de ambos dominicos en la defensa de los indígenas, Vitoria acepta que las necesidades comerciales justifican las guerras y la esclavitud hacia los insurrectos, en razón de la estéril barbarie de los nativos, incapaces de explotar los recursos naturales porque carecen de la iniciativa de los conquistadores. Son hijos de Dios y, por tanto, humanos, pero no como nosotros, se diría que son niños que necesitan el cuidado y la instrucción de un adulto. Vitoria, a ojos de Menéndez Pidal, legitima la conquista, la humaniza... Vigila posibles excesos pero, en última instancia, acepta que la violencia y el expolio son un pequeño precio a pagar para los indios, que saldrán de su condición prehistórica gracias a tantos y tantos bienes como les transmitirán los españoles. 

¿Por qué ese "resentido" sevillano que llegó a ser Obispo de Chiapas y nombrado por la Corona Protector Universal de Todos los Indios no supo apreciar la grandeza de la empresa? Sólo era un destructor, nos hace ver RMP, un fraile trastornado por los Trópicos que se quedó en ideales medievales. Curioso, es en Vitoria en quien RMP ve la modernidad y en Las Casas donde se manifiesta un pasado que el Renacimiento está ya dejando definitivamente atrás. 

Las Casas, y aquí interviene Goytisolo con evidente acidez hacia Menéndez Pidal, no quiso ver la esencia eterna de la España del Cid, no entendió esa metafísica surgida de los páramos castellanos que convirtió a los conquistadores en arquetipos de un destino universal. La españolización de las Indias era el cantar de gesta que necesitaban los juglares después del Mío Cid y que, en la línea del Amadís, demostraban nuestra condición de nación elegida. 

La gloria, de nuevo la gloria, siempre la gloria... César, el Cid, Amadís y las Sergas de Esplandián disculpan crímenes, matanzas, esclavitud, matanzas, destrucciones. El gran poder militar y las grandes guerras en que sueña nuestro historiador. El gran poder militar y las grandes guerras en que sueña nuestro historiador han sido creadas, diríase, para templar el duro ánimo de los españoles. Singular privilegio el nuestro. Poseedores de un destino particular y único. De una Meseta impregnada de valores metafísicos. De una misteriosa esencia a prueba de milenios.

Esto decía Juan Goytisolo en El furgón de cola. Murió, con una repercusión ridícula, el año pasado. Nació en Barcelona, pero está enterrado junto a Jean Genet en Marrakesh. Sin duda era un mal español. Y también un mal catalán. 

Friday, October 06, 2017

NO, AMIGOS, LA REPÚBLICA CATALANA NO ES UNA OPORTUNIDAD

Algunos amigos han intentado convencerme en las últimas semanas de que el "Procés" y su resolución deseada, el nacimiento de la República de Catalunya, constituye una inmensa oportunidad de hacer una sociedad mejor, y no sólo para los propios catalanes, también para los demás pueblos que forman parte actualmente del estado español.

Miren, yo creo que arrastramos algunos hábitos de pensamiento que remiten a un paisaje socio-político felizmente al actual: el Régimen de Franco. En lugares como Catalunya o Valencia, aunque también en Galicia o Euzkadi, la oposición a la Dictadura hizo embarcar en la misma nave a fuerzas tan dispares como el comunismo y el cantonalismo. Franco no sabía muy bien de qué hablaba cuando se refería a "la conjura judeo-masónica" como quien nombra a la bicha, pero creo que reunía bajo tan delirante palabro a todos los que le molestaban. En cuanto a aquellos, incluso en Madrid coreaban canciones de Lluís Llach creyendo que aquella estaca que entre todos habríamos de tumbar era el Tirano y no la idea de España.

Décadas después seguimos equivocándonos, no entendemos que aquella convergencia era coyuntural. Uno puede creer que es muy progresista pretender autogobernarse, pero no parecen serlo tanto el empeño en levantar muros y fronteras, la obsesión identitaria o la negativa a aportar fondos solidarios y de cohesión hacia comunidades menos desarrolladas. Tampoco conviene olvidar el daño que al movimiento obrero le han hecho históricamente los nacionalismos, auténtico cáncer para el proyecto de las distintas Internacionales proletarias. 

Y sí, la izquierda es por lo común más sensible al hecho diferencial y el carácter plurinacional del Estado por una sencilla cuestión de principios éticos. La derecha suele ser nacionalista, no hay más que fijarse en el PP, en Trump o en Le Pen, con lo cual no es sorprendente, frente a los nacionalismos que le perturban, que opte por el derecho de conquista y la ley del más fuerte, de lo cual tuvimos un ejemplo en las brutalidades del 1-O. El diálogo le interesa bien poco. 

Volviendo a los principios que siempre definieron el discurso de izquierda, no creo que nos encontremos ante una revuelta de clase, sino más bien ante un motín de trasfondo identitario dirigido por una burguesía cantonal.

¿Y la CUP? Sospecho que es lo que los biólogos llaman una especie oportunista. Quizá toda revolución necesite sus sans-culottes, pero dado que la obsesión de Puigdemont y su gente es ahora mismo el reconocimiento del Estado Catalán por la Troika europea, no veo que la CUP, por su supuesta vocación antisistema, termine siendo para ellos otra cosa que un estorbo. Y ya sabemos cómo acabó Robespierre. 

Advierto en los autores del Procés una tendencia a ver el Mal en lo español, identificándolo con la idea de un Estado opresor. Este planteamiento tiene bases históricas, no hay duda, pero parece difícil convencer a un jornalero andaluz de que el Estado es un mal en sí mismo, pues para aquél el mal no es el conglomerado nacional del que forman parte, sino los latifundios y los caciques. Es esta la razón por la cual en Andalucía, al contrario que en Catalunya, jamás gobierna la derecha. 

No es nada escandaloso que para un ciudadano de Catalunya los españoles resulten plastosos y antipáticos, pero hablar de la descomposición de España como una oportunidad para todos los pueblos que conforman el viejo Estado es saltar de forma tramposa desde la propia fobia hasta los intereses de los vecinos frente a los que uno planea levantar muros en breve. En este sentido, pertenecen a la misma lógica las opiniones que llaman fascista a Joan Manuel Serrat -hay que ser ignorante- que las que nos identifican a todos los españoles con Rajoy. Pretender que España sea -como he oído últimamente- un "estado fallido" es no saber lo que es un estado fallido, aludir a lo español como perverso me parece un ejemplo de racismo. 

Subyace, aunque raramente se enuncie, la presunción de que "los catalanes somos mejores, ergo nuestro Estado será mejor". En un tiempo en que el sistema parlamentario ha fracturado su credibilidad social por la corrupción, cuesta aceptar el complejo de superioridad catalán teniendo en cuenta que el asunto del tres por ciento es uno de los casos de corrupción sistémica más escandalosos que jamás hayamos conocido. No obstante siempre he pensado que Catalunya es una nación con más inclinaciones europeístas que el resto de comunidades del Estado, quizá incluso sea -y acaso estoy ya cayendo en el racismo que denuncio- más civilizada y pacífica, pero los mecanismos de su innegable prosperidad son burgueses. Eso no es malo ni bueno, pero es suficiente para que no pensemos que lo que está emergiendo es una república socialista. Conviene no olvidar que el fenómeno de la lucha obrera en el Principado está a lo largo de la última media centuria vinculado a la inmigración procedente del Sur de España, la cual no se siente mayoritariamente representada por los independentistas. Lo que ahora presenciamos no es un episodio de la lucha de clases, es otra cosa. 

He defendido en distintas ocasiones el derecho a la autodeterminación de Catalunya. Voten que sí si creen que les va a ir mejor sin nosotros, pero no me pidan que comulgue con una operación que va a lesionar seriamente el futuro de millones de personas que, honestamente, creemos que España está mejor con Catalunya que sin ella. La verdadera oportunidad es luchar entre todos para alcanzar una sociedad más justa.