Friday, January 30, 2015

PODEMOS EN LA SOCIEDAD LÍQUIDA

No estoy nada seguro de que estemos entendiendo a lo que está ocurriendo  ¿Qué es Podemos? Pero no es ésta la pregunta. Podemos en realidad no es nada, o mejor, no es una entidad definible y consistente en el sentido en que se manejan tales conceptos en una sociedad sólida. Pero es que la nuestra no es una sociedad sólida, es líquida, en el sentido que tiene la metáfora en la tan atinada definición de Zygmunt Bauman. 

En la lógica propia de la política clásica, Podemos es sospechosa y culpable de todo lo que sus enemigos quieran achacarle. Pero el espíritu del tiempo ya no es el "clásico", nuestra lógica es posmoderna, y en ella Iglesias y su grupo de élite se encuentran cómodos, lo cual refuerza la consideración de antiguallas que tienen sus jurásicos enemigos, incluyendo a Pedro Sánchez, a quien nadie identifica -como él pretende- con ninguna nueva forma de hacer política. Podemos es una realidad virtual, puede estar en cualquier sitio porque no está en ninguno -ni siquiera se sabe que tenga una sede-; puede subir a cualquiera a su convoy porque ellos van construyendo su propia identidad sobre la marcha. Es una identidad proteica, mutante... Se sirve de conceptos trasnochados precisamente porque sabe que no tienen peso, sus consignas gravitan sobre la opinión pública sin que se sepa cómo van a hacer para bajarlas de la nube.

¿Qué quiere Podemos? Respuesta obvia, quiere el Poder, con mayúsculas, pretende hacerse con el control de las instituciones porque esa es la razón de ser de un partido político. ¿Para hacer qué? Es ahí donde las respuestas pierden concreción y las fórmulas se vuelven  metafísicas: "el pueblo", "la casta", "la oligarquía"... Lo que se denuncia es tan abstracto que las soluciones sólo pueden sonar a letanía revolucionaria. Nadie, ni el más recalcitrante conservador niega legitimidad a las pretensiones de Podemos: no queremos más pobres, no queremos que los débiles queden indefensos, no queremos deshaucios... ni siquiera los desalmados que sí desean estas cosas se atreverían a decirlo en público. 

¿Forman parte las críticas a Podemos de una campaña de acoso? Sin duda, pero también puede haber mucho de verdad en ellas. Las supuestas corruptelas que han sacado a Errejón y Monedero podrían ser suficientes para desprestigiar a quienes se presentan en sociedad como el azote de los tramposos. Y sin embargo, los daños parecen mínimos. ¿Radicales bolivarianos? Algunas actitudes pueden inducir a pensarlo, pero también se les acusa de lo contrario, de carecer de ideología, de ser cualquier cosa y a la vez la contraria sólo para ganar votos. Es verdad, pero esto la gente ya lo sabe. Un tanto por cien abrumador de quienes prometen votarles reconocen no creer que estén en condiciones de cumplir sus promesas. ¿Por qué entonces tantos caerán en la irresponsabilidad de entregarles su voto?


No hacemos las preguntas correctas. Podemos es un producto de laboratorio destinado a una explosión controlada. Como al aprendiz de brujo, a sus urdidores se les ha ido de las manos y ahora viven bajo el vértigo hipnótico de su propia criatura de Frankenstein. ¿Cómo prometen lo que no van a cumplir? No pueden hacer otra cosa, la criatura deambula ya por la aldea sembrando el terror, y ni sus propios creadores podrían ya amarrarla porque ha escapado a su control. 

Funciona de forma óptima porque a cada paso que da son sus enemigos los que quedan en ridículo. El mismo que les acusa de revolucionarios y radicales dice después que son insustanciales y vacíos. El que se ríe de ellos diciendo que sus propuestas son utópicas les acusa después de haber moderado su proyecto. Cuando les defenestran los mayores imbéciles que protagonizan las tertulias la gente empieza a verlos como unos auténticos caballeros, algo así como creían los jóvenes españoles de los comunistas o de los judeo-masónicos, pues eran los adalides más ridículos del franquismo los que les invitaban a odiarlos. 

De igual manera que me sorprende la confianza que muchos depositan en un grupo que sólo ha demostrado tener un líder con pegada televisiva, no entiendo que personas sensatas hayan decidido ya que Podemos es lo peor que puede pasarnos. No sabemos que va a pasar con Podemos, no sabemos si tendrán la oportunidad de regir el país, no sabemos -ni ellos mismos- si aprovecharán esa oportunidad para gobernar en el caso de que se les presente. Si lo hacen, tampoco sabemos qué harán con el Poder. Todo es una tremenda incertidumbre, un desorden inquietante y, en cierto modo, fascinante, pues Podemos, como la criatura de Alien, ha entrado en la nave espacial de la política sin más programa que el de desalojar a los otros.

No sé qué es Podemos, no creo que nadie deba exhibir la arrogancia de saberlo, pues ni siquiera ellos mismos saben quiénes son, por lo cual su  hoja de ruta es incierta. Podemos es el amante precario y sin mérito al que la esposa ultrajada entrega momentáneamente sus labios por despecho. La ciudadanía del sur de Europa está indignada, mucho más de lo que pueden imaginar líderes como Rajoy o Sánchez. ¿No escuchan ustedes las conversaciones en las calles y los bares? Una secta de bandidos domina este país, esto ahora mismo lo creen incluso quienes volverán a votar a la casta. Partidos políticos, bancos y corporaciones empresariales han expoliado las arcas del Estado y con ello nos están enviando al Tercer Mundo, del que el Gran Relato de la Transición y la modernización decía habernos alejado para siempre. Escuchen a sus vecinos: el Relato era mentira, lo es hasta el punto de que lo primero que debería hacer Iglesias al llegar al gobierno es cerrar la serie Cuéntame, donde da forma a la memoria que los españoles "debemos" tener de nuestra supuesta epopeya de liberación. 

El modelo de representación se ha hecho añicos, lo público se ha vuelto opaco e intransitivo, quienes lo ocupan se limitan a ser la correa de transmisión de las élites del capital cuyo gendarme se personifica en Angela Merkel. Con ello simulan que los parlamentos nacionales siguen gobernándonos. 

La gente se ha percatado de que es un trampantojo. Votan a un grupo de imberbes y advenedizos porque intentan desesperadamente recuperar la sensación de que aún es posible la política, entendida como la gestión colectiva de lo que a todos nos afecta. La gente está harta, y además tiene miedo, mucho miedo. Hemos pasado de creer que los políticos no nos representan a directamente tenerles miedo, creer que ellos son quienes nos van a enviar de cabeza a la pobreza. 

 A fin de cuentas -he escuchado este razonamiento en personas razonables- Monedero y Errejón no lo van a hacer peor que Mato y Ruiz-Gallardón. O entendemos esto o nos pasarán cosas incluso peores que Podemos.



Thursday, January 22, 2015

ÚLTIMAS MAÑANAS CON DESCARTES

El próximo curso empezará a aplicarse el grueso de la Ley Wert en Secundaria y Bachiller. Esto significa que en dos años los departamentos de Filosofía de escuelas e institutos quedarán en trance de extinción, destinados a dos horas semanales de Filosofía general en 1º de Bachiller y a impartir Valores cívicos a los chicos de entre 11 y quince años que decidan no dar la asignatura de Religión. Dicha asignatura, destinada a la evangelización católica e impartida por profesores directamente nominados por la jerarquía arzobispal -aunque su sueldo lo pagamos todos-, recuperará el status que tuvo en la Transición, obteniendo valor como asignatura normal, que cuenta para repetir curso e incide en la calificación media que refleja el expediente. 

Si usted estudió COU, PREU o el logsiano 2º de Bachiller, probablemente recuerde la lectura de textos como el Discurso del método. No es un mal momento para pensar en aquel escrito cuya sombra se me antoja tan alargada, hasta el punto de que, con cada nueva lectura, crece sin medida la sensación de encontrarme ante uno de los talentos más descomunales de la modernidad. Por algo Newton -padre del método científico y por tanto de la manera contemporánea de interactuar con el mundo- dijo pensando en Descartes tanto como en Galileo o Kepler aquello de "me he encaramado en hombros de gigantes".  

"Pienso, luego existo", supongo que alguna vez se han preguntado por qué los filósofos otorgamos tanta trascendencia a la frase de marras. Algún día se lo cuento, si les apetece, pero a mí siempre me ha seducido bastante más aquello de la duda metódica y el genio maligno. Antes de llegar a la verdad irrefutable -la evidencia de que siempre puedo decir que soy una cosa que piensa-, Descartes aplica un riguroso procedimiento para poner en duda todas sus creencias. 

Así, tal y como nos revela en el segundo capítulo del Discurso, sorprendido por el invierno con ocasión de un viaje por Europa, al calor de un dulce fuego, sin pasiones ni pesares que turbaran su espíritu, Descartes decidió preguntarse si realmente podía creer algo con absoluta certeza, si las creencias que sostenían su vida eran realmente tan firmes como -acaso por comodidad- había pensado siempre. Ese gesto de poner absolutamente todo en duda es furiosamente moderno, pues no cabe pensar en un monje medieval cuestionando las claves de un mundo cuyo mapa está perfectamente garantizado por la omnipresencia de Dios y sus albaceas. 

Mil años después de la caída de Roma, Colón había avistado tierras al otro lado del planeta y Copérnico afirmó que no éramos el centro del universo. Decenios de terribles guerras de religión derramaron sangre a borbotones en el continente con las armas de la intolerancia y el fanatismo. Con Descartes llega el momento de detenerse a meditar y tener el coraje de preguntarse: ¿vamos por buen camino? 

"Pese a todo hay verdades indiscutibles", le contestaríamos con arrogancia. ¿Recuerdan aquel momento en que Morfeo ofrece a Neo la posibilidad de elegir entre la pastilla azul y la roja, es decir, entre permanecer hasta el fin entre las sombras de la ilusión o atreverse a vislumbrar la verdad? ¿Recuerdan aquella mañana en que descubrieron que habían estado siendo engañados por un ser querido durante años? ¿Recuerdan cuando pensaban que la economía seguiría creciendo y que los economistas y los gobernantes lo tenían todo atado y bien atado? Y aquella mujer argentina, ¿qué sintió cuando supo que "sus padres", a los que sin duda amaba, fueron en realidad los asesinos y torturadores de sus verdaderos padres?

No se trata, como Descartes nos enseñó, de dudar por dudar, de querer jugar a escéptico irredento. Se trata de algo mucho más serio. Desde Descartes, queda definido el sentido de la modernidad: la verdad no es sino en la medida de su permanente autocuestionamiento. No llamamos verdadero a lo que un supuesto Dios dejó para nosotros en el mundo, la verdad es una construcción del entendimiento humano, que sólo elucida su sentido en la medida en que se hace preguntas, en que cada afirmación que realiza es inmediatamente puesta en duda, no para que dejen de existir verdades, sino para que éstas dejen de ser el resultado de una imposición irracional, de un texto sagrado, del arte de los demagogos...

En estos días en que resurge la exigencia de resistirse a los fanáticos, a los que se creen con derecho a asesinar a quienes no comulgan con sus verdades e incluso se burlan de ellas, no es mala idea acordarse de Descartes y su genio maligno, aquel demonio artero y engañador que me empuja a preguntarme, una y otra vez, ¿no estarás equivocado? 

No me parece casualidad que el creador de aquel escrito fascinante fuera francés.

Saturday, January 17, 2015

LOS LÍMITES

Todo tiene su límite. Quizá la escuela no tenga otra misión que enseñar a los niños que los dones no son eternos; que los placeres deben vivirse con intensidad precisamente porque tienen fecha de caducidad; que sus mayores no estarán siempre para protegerles; que la salud de la que disfrutan no es un tesoro inagotable; que podemos amar a otros pero no acosarles ni vengarnos cuando no nos corresponden; que podemos decir lo que sentimos pero no controlar los efectos -a veces peligrosos- que nuestras intervenciones tienen sobre nuestros prójimos... 

Asumido hasta sus últimas consecuencias que nuestro destino y el de todo lo que tiene que ver con nosotros es la desaparición, y habiendo entendido tras cuatro décadas en el mundo que así debe ser, que sólo desde la radical finitud tiene sentido nuestra presencia en el cosmos, se me hace especialmente irreconocible la figura de Dios. Mi falta de fe no es consecuencia de mis antipatías por los sacerdotes y monjas -a fin de cuentas sólo son seres humanos-, ni tampoco por la facilidad con la que las grandes confesiones del mundo riegan de sangre con su intolerancia los libros de historia. Lo que me ocurre es no sé de qué manera -como limitado, finito y caduco que soy- comunicarme con lo que nada tiene que ver conmigo. No es que Dios no exista, es que me resulta inconcebible. Es esa pretensión de omnipotencia, tan ajena a todo lo que para mí tiene sentido, que otorgan los fieles a sus divinidades lo que tan risible hace a Dios ante mis ojos. 


Algunos, creo que con buena intención, nos recuerdan en estas horas que la libertad de expresión, y muy en especial la de los humoristas, tiene sus límites. . Lo que no entiendo es por qué burlarse de Moisés, Mahoma o Cristo habría de traspasar dichos límites. Si cada vez que un diario satírico caricaturizara a un santo poniéndolo en situaciones humanas -demasiado humanas- como defecar, emborracharse o camelarse a una mujer, no se generara en los fieles a dichos personajes ni un asomo de enojo, si no se les dedicara más atención que la que dedicamos a los lunáticos que gritan barbaridades sobre nuestras madres desde las ventanas blindadas de los manicomios, entonces ni siquiera estaríamos ahora debatiendo sobre la libertad de expresión. En otras palabras, que si te molesta no lo mires, demonios. 

Escucho a quienes nos recuerdan que las caricaturas de Charlie Hebdo pueden herir a cientos de millones de musulmanes y que hay comunidades cristianas en distintos lugares del mundo -a lo mejor en países de mayorías islámicas- que sufren las consecuencias de la irreverencia de las sátiras que todos celebramos ahora como la epifanía más deslumbrante de la libertad de expresión. Les escucho atentamente. Y no, no tienen razón, porque sus advertencias contienen la llamada a la autocensura: guardad silencio, guardad silencio, los bárbaros se enfadan y nos matan. 


Tampoco la tiene Francisco I, el jesuita anteriormente conocido como Jorge Bergoglio, cuando intenta hacer pedagogía sobre los límites de la libertad de expresión explicando que si el vecino se mete con su madre él le arrea un bofetón. Llevo semanas defendiendo la libertad de expresión humorística, pero si ya me suelen hacer poca gracia los diarios satíricos, no voy a explicarles lo desternillante que me resulto la campechana ocurrencia pontificia.

Bergoglio no solo se equivoca, además es especialmente artero en esta intervención tan comentada, pues aprovecha la coyuntura, es decir, la corriente de miedo que se ha extendido entre los ciudadanos europeos tras las últimas barbaridades yihadistas, para intentar blindar contra la sátira los símbolos y las creencias de los fieles a su trono. A mí no me hace especial gracia la caricatura de un trío entre Dios, Jesús y el Espíritu Santo que hizo El Jueves en portada, pero me la hacen menos las corruptelas vaticanas, la infamia de tener que mantener con mis impuestos un entramado de curas y colegios que nada tiene que ver conmigo, o que cada vez que el PP gobierna haya que aguantar que una organización tan siniestra como el Opus Dei nos coloque a sus numerarios en consejos de ministros como ya sucedía durante el franquismo. 


Sí, señores de piel fina, yo también me ofendo. Me ofendo por ejemplo cuando esta semana se ha denunciado una oferta de trabajo que, por nueve horas diarias en un horno, siete días semanales y sin derecho a vacaciones, ofrecía quinientos euros, generoso sueldo del que se le descontarían al empleado las barras de pan que no lograra vender. El autor del anuncio -que no es un bromista- sí merecería el bofetón de Bergoglio... Y también la cárcel, claro, pero sospecho que la reforma laboral de Rajoy, o mejor dicho, de Frau Merkel, permite hacer estas cosas.


...Y eso que he dicho que todo tiene sus límites. 
   

Friday, January 09, 2015

LOS BÁRBAROS

Difícil no sumarse al coro internacional que clama por la libertad frente al fanatismo. En mañanas como ésta a uno se le figura la historia de la literatura -no sólo la periodística- como un reguero de sangre.

 Desde siempre publicar dibujos o escritos fue un peligro. Acaso su declive llegue el día que deje de serlo, el momento en que refutar textos sacros, burlarse de profetas o simplemente oponerse a los bárbaros ya no suscite sino la indiferencia. La actitud diametralmente contraria, la persecución, se propone inducir a los librepensadores al silencio. No hablarás a los jóvenes de dioses distintos a los que la polis declara oficiales, no leerás el Libro bajo otra interpretación que la de la jerarquía vaticana, no defenderás las doctrinas de Copérnico, no podrás leer ninguno de los textos que el Reich etiquete como antialemanes, no te burlarás del hombre santo, no aceptarás otra sexualidad que la consagrada por el patriarcado... En 1984, Orwell sugiere que el avance tecnológico puede ser visto por los dictadores como una oportunidad para extender su poder de prohibir hasta sus últimos extremos: no sólo no te expresarás contra mí, ni siquiera podrás pensar contra mí... Solución final, el horror del pensamiento único al fin sin enemigos. 

Todos deberíamos sentirnos unos afrancesados, incluso hoy, el espíritu de la Republique significa algo que tiene muy poco que ver con la xenofobia de Le Pen. Por eso me cuesta atender a quienes, por candidez o por malicia, quieren ver en la barbarie sufrida por el semanario satírico Charlie Hebdo la respuesta de una causa árabe martirizada por Occidente. Son árabes y musulmanes los que suelen sufrir en sus carnes la violencia del yihadismo, es a magrebíes, pakistanís o islámicos subsaharianos a quienes destruyen las bombas de los fanáticos. Y son -conviene recordarlo ahora más que nunca- intereses occidentales los que lanzaron bombas sobre Bagdad, toleran la tragedia del pueblo palestino o protegen satrapías que matan de miseria a millones de mulsumanes. Por eso debemos hacer la pedagogía que haga falta para recordar a quienes votan en Francia al Frente Nacional o se manifiestan en Alemania contra la "islamización de Europa" que es precisamente el choque de civilizaciones, la islamofobia en definitiva, lo que los bárbaros intentan promover. "Cuanto peor, mejor", ésta ha sido desde siempre la consigna terrorista. 


Se me ocurre en estas horas preguntarme por qué un diario satírico. Dudo mucho que el profeta se sienta vengado por las burlas recibidas después de esta jornada de furia asesina. Uno sospecha que los bárbaros dirigirán su odio contra fabricantes de armas o contra políticos que alientan el odio contra los árabes del mundo, pero no, han ido contra unos señores desarmados que, más que reírse de Mahoma, lo que parodian es la fe de los fanáticos, los dogmas que pretenden imponerse por la fuerza, la atávica pretensión de que lo que los dioses esperan de nosotros es que convirtamos este mundo en un jodido infierno.  

Tiene muy poca gracia todo esto. 

Friday, January 02, 2015

VÍSPERAS DE REYES

1. El signo de que continúas siendo imprudentemente joven es que todavía te preguntas cómo es posible que la gente siga cayendo en la misma trampa. Por encima de los cuarenta años ya has visto a demasiados políticos comprometiéndose a hacer cosas que sabes tan bien como ellos que no harán. El día que abandonas la tentación de preguntar alcanzas al fin el buen sentido y, por tanto, la madurez. El secreto del poder radica en la inclinación de las masas a ser engañadas. Acaso sea tal efecto de seducción el que mantiene cohesionadas a las comunidades. 

2 Saber que muchas ilusiones ya no volverán a despertarse en ti y, aún así, entender que es preciso que los jóvenes se ilusionen. Es cuestión de buen gusto no tratar a cada momento de abrirles los ojos al desencanto, como siempre han hecho los cínicos y los maliciosos. Si no me entienden, piensen en los Reyes Magos, cuyo secreto es protegido incluso por las televisiones. 

3. La tribu siempre cree haberse desprovisto de los dioses, pero acaso éste sea el mayor de los hechizos. Miren lo que es capaz de hacer la gente por adquirir un automóvil de lujo o el tiempo que los telediarios dedican a informar de que Cristiano Ronaldo se ha tatuado en las gónadas el nombre de su suegra. 

4. El peligro árabe es inferior al chino. Los árabes son renuentes al capitalismo y a la economía racionalizada, los extremo-orientales asumen sus pautas sin cuestionarlas y las llevan a sus últimos extremos. Los árabes se sitúan a la altura de su leyenda de enemigos de la cristiandad, es esa supuesta enemistad lo que a los occidentales nos preserva de nosotros mismos. Los asiáticos han introducido en el acelerador de partículas la lógica del crecimiento y la sobreproducción sin asumir los contrapesos que la historia desarrolló entre los europeos, capitalismo sin enemigos naturales. Sin sindicatos, sin derechos civiles, sin la tentación del ocio o el tiempo desperdiciado, el modelo chino alberga el potencial de la catástrofe. 

5. Eduardo Punset encarna un destino de nuestras sociedades: un político, es decir, un ambicioso patológico, convertido en gurú del budismo y la autoayuda. Encerrados en nuestras cárceles de prisa nos hallamos a cada momento sacudidos por el demonio de la ansiedad. Acabaremos como Punset, o peor aún, acabaremos leyendo sus libros. 

6. Sólo un enfermo ama a sus hijos por considerarlos el espejo de sí mismo. Los niños, como todo lo que es digno de ser amado, son refractarios por definición, su mundo no es el nuestro. Por más que nosotros nos empeñemos en creer lo contrario, sus dioses y sus fantasmas son intraducibles al lenguaje adulto, que siempre los despecha como puerilidades de las que habremos de liberarles. 

7. Los niños no estiman los objetos que les entregamos. Aman el ritual del don, la mística de abrir los regalos. Se emocionan y con ello desatan nuestra fibra emocional. Después los objetos tendrán el valor que ellos les otorguen, no el que nosotros o algún pedagogo engreído habíamos proyectado. El objeto ingresará en la intimidad de sus juegos en un ciclo simbólico en el que serán los niños quienes decidan qué papel le será destinado.

8. Los niños quieren juguetes porque necesitan construirse una identidad, y ésta ha de ser reconocible socialmente en términos de prestigio. Por eso juguetes olvidados en un rincón son rehabilitados y exhibidos presuntuosamente cuando otro niño entre en casa.