Friday, February 24, 2012




LA PRIMAVERA
VALENCIANA


En estos últimos días se me ha ocurrido consultar las planas web de los más prestigiosos diarios del mundo. En la sección de noticias del extranjero de
Le Figaro, por ejemplo, encontré referencias respecto a los violentos evènements de esta semana en el Centro de Valencia. Se habla de violencia policial extrema y aparecen alusiones nada veladas al recuerdo de las cargas policiales de los grises contra estudiantes y discrepantes del tardofranquismo. En estos casos, lo socorrido y lo supuestamente prudente es defenderse con aquello de que en el exterior no entienden lo que pasa aquí, y más si son los "gabachos", y encima ahora con lo de los guiñoles sobre el doping y la envidia que nos tienen... En fin, que podemos sentirnos todo lo ofendidos en nuestro orgullo patrio que queramos, pero si no entendemos que imágenes de una violencia y una crueldad atroz -como las que hemos presenciado en los últimos días- nos asocian en la opinión pública del mundo civilizado a sociedades bárbaras, entonces es que nos merecemos gobernantes como los que tenemos.

Yo no creo que sea tan difícil aceptar que en el mundo generen una indignada estupefacción las secuencias que acabamos de presenciar. Les aconsejo que insistan en verlas. Se encontrarán a un antidisturbios arrastrando de una pierna a una adolescente, a otra que aterrada grita "¡para!" cuando le acorralan y están a punto de darle con la porra, otro que en el suelo es esposado mientras le ponen una rodilla encima con un abuso de poder tan flagrante que hiere el más mínimo sentido de la dignidad... Son imágenes ofensivas que nos inclinan a exigir dimisiones y destituciones: hay personas que no deben desempeñar ciertos cargos porque, simplemente, no tienen la integridad moral ni la fortaleza de ánimo para cumplir la exigencia de proteger la convivencia. En las últimas horas he hablado con alumnos de mi instituto y con algunos de sus padres. Cuando el pasado miércoles muchos acudimos a la manifestación convocada de urgencia
en el centro de Valencia, no teníamos tanto interés en demandar la dimisión de la Delegada del Gobierno o en denunciar la brutalidad de las llamadas "fuerzas del orden", como de mostrarle a la opinión pública que quienes en la actualidad protestamos contra una política educativa equivocada e injusta, somos ciudadanos pacíficos y razonables, y que no estamos dispuestos a consentir que se maltrate de manera indecente y caprichosa a nuestros alumnos e hijos.

¿Cómo se explica un ejercicio de violencia tan desaforado? Miren, yo he conocido mucha gente de derechas. No estoy diciendo que la legitimación de la violencia sea patrimonio de reaccionarios, lo que digo es que hay una manera muy peculiar en la gente de derechas de juzgar la obligación que las instituciones tienen de preservar el orden en las calles. Es la misma gente que maldice a los políticos por no promulgar leyes más duras, a los jueces por no condenar a tal y a cuál y a la policía por no atreverse a sacar la porra a las primeras de cambio. No dudo que una gran parte del electorado del Partido Popular cree que los problemas de convivencia se deben a la falta de esa mano dura y el exceso de ciertos derechos y garantías jurídicas. Por esa misma pendiente deslizante vienen la reivindicación de los cumplimientos íntegros de condena, la privación de derechos de los inmigrantes, la pena de muerte y todas esas otras cosas tan bonitas que garantizaron a la Dictadura el ejercicio caprichoso e impune de poder durante cuarenta años y que, por lo visto, muchos echan todavía en falta, seguramente porque no han terminado de asumir que este país se ha hecho mayor y que es la ciudadanía la que, sin tutelas, debe gobernar su propia convivencia.

Insisto: ¿cómo se explica? Me viene a la cabeza aquello que pasaba en el Instituto, el facha era casi siempre el más tonto de la clase, el que decía las payasadas de las que todos nos reíamos hasta el punto de tomarle el cariño que se le toma a un friki. No es difícil imaginar una conversación entre los dirigentes populares de Madrid y la Delegada del Gobierno en Valencia, cuya dimisión está siendo reiteradamente demandada en los últimos días: "¿Eres consciente, Paula, de que has puesto a esta ciudad en el mapa mundial de la violencia y la represión como si esto fuera Siria?"

Si el sentido institucional de un cargo político tiene que ver con virtudes tan antiguas como la prudencia, se me ocurre pensar si a quien ha delegado el Gobierno en nuestra querida ciudad es a una pirómana. ¿Hubo una voz telefónica que ordenó cargar de manera inmisericorde contra los chicos que, sentados en medio de la calle, detenían el tráfico? ¿Se dieron órdenes directas de atacar a cualquiera que estuviera en aquel momento por la calle, aunque fuera en la acera, y de hacerlo con "toda la contundencia necesaria"? Saquen ustedes sus conclusiones, pero es repugnante que un cuerpo policial preparado para enfrentarse a elementos delincuenciales altamente peligrosos se líe a porrazos contra un grupo de ciudadanos indefensos, muchos de ellos menores. Es simplemente mentira que fuera comportamientos vandálicos los que dieran inicio a las cargas, salvo que decidamos hacer caso a la TDT party y nos guste invertir la lógica de las víctimas y los verdugos. Lo que sí hubo es intentos de protegerse de una violencia brutal, lo cual tiene muy poco que ver con la cantilena, tan habitual en la derecha, que asocia cualquier protesta callejera con los "anti-sistema" y otros fantasmas. ¿Recibieron provocaciones los antidisturbios? Primero deberíamos definir el concepto de "provocación" -yo recibo muchas todos los días de algunos alumnos, pero no me lío a golpes con ellos-, y después resolver que la función de un agente no es proteger su orgullo sino la integridad de los ciudadanos.


Es, por cierto, un uso irremediable en estos casos: la derecha española está empeñada en encontrar en la izquierda un trasfondo violento y radical, como si detrás de cualquiera que participe en una manifestación haya un incendiario de iglesias, un portador de cócteles molotov o un aspirante a maquis siempre a punto de dar el salto y echarse al monte gritando mueras a la patria. Pero el problema de la derecha, como el del tonto a las tres aquél del facha de mi clase, es que jamás ha sabido entender las razones de sus adversarios ideológicos, seguramente porque es incapaz de traducirlas a las suyas, que son de una índole muy distinta.

¿Infinita torpeza? Es lo que uno diría por puro sentido común. Si la función de las fuerzas del orden es, como su nombre indica, evitar que el desorden y la conflictividad se apoderen de las calles, lo que consiguieron los responsables de aquellas largas horas de carga y mamporros, es justamente que la tensión se incrementara hasta límites inimaginables. Unos cuantos chavales protestando por la falta de calefacción en su Instituto han provocado el efecto mariposa de poner a Valencia en el epicentro de la cultura reivindicativa de los jóvenes del mundo desarrollado... Ni ellos mismos hubieran podido imaginarlo nunca; sólo la insensatez de unos políticos o el patético "cojonudismo" de unos mandos policiales con evidente falta de instrucción democrática explica este desastre. No es tema de broma, pero las declaraciones del responsable policial en cuestión, quien denominaba el "enemigo" a los chicos que se manifestaban, no deja de recordarme a los Hernández y Fernández, aquellos policías tontos hasta la exageración de los tebeos de Tintín.

Se me ocurre otra interpretación. ¿De verdad creemos que la resolución de desarticular con tan abusiva contundencia la protesta estudiantil vino de Valencia? ¿No será que el Gobierno de Rajoy, que se teme un recrudecimiento de la experiencia de los Indignados en los próximos meses, está tratando ya de amedrentar a quienes opten por reiniciar las acampadas en Sol y otras plazas públicas de España? En este sentido, Valencia habría sido habilitada como laboratorio nacional de la represión y la intimidación. Habría que decirle entonces al señor Rajoy que, de momento, la prueba sale negativa y además les explota entre las manos: en vez de disuadir a la gente, lo que está consiguiendo es incitarla a salir y manifestarse. Creo que fue un concejal del PP en no sé qué pueblo de Asturias el que, después de un acalorado debate con gente de IU, dijo: "La culpa de todo esto la tiene la puta democracia." Dio en el clavo, con Franco cuatro hostias bien dadas obligaban al enemigo a desistir o, cuanto menos, a recluirse en la clandestinidad y no hacer obscena exhibición de sus discrepancias con los poderes establecidos. Qué putada esto de la democracia, sí.


Tema para discusión en clase de Ética. Partiendo del principio enunciado por Max Weber, que define al Estado como la agencia que detenta "el monopolio del uso de la violencia", pregunto a mis alumnos cuáles son los límites de la acción policial. Algunos de ellos quieren ser policías en el futuro. Les animo a que lo sean y que recuerden siempre que la función de un guardián del orden público es proteger a los ciudadanos. Y les recuerdo también que servir a unas instituciones democráticas y jurar la Constitución supone creer honestamente en aquello que uno defiende. Espero que no lo olviden, para eso estoy yo.

Friday, February 17, 2012




TRAGAR


Viernes. Ha vuelto House. Octava y última temporada. Se ha hecho recurrente la asociación entre el Doctor y la frase "Todo el mundo miente". La filosofía lleva milenios analizando el sentido de esta frase. Resulta problemática porque, al margen de que pueda contener mucho de verdad, establece una pretensión totalitaria que la hace deslizarse hacia su propia impertinencia. Si solo hay mentira, entonces no existe la verdad; si no existe la verdad, ¿cómo podemos entonces definir su ausencia? Y, de otro lado, ¿en qué posición queda respecto a la veracidad de su aserto el que pronuncia la frase? ¿Está diciendo la verdad al decir que todos mentimos? ¿No será que sabe que lo que está diciendo no es del todo cierto, en cuyo caso habríamos de concluir en que no es verdad que todos mintamos?

Es un buen lío, sí, acaso sea mejor conformarse con aceptar que las relaciones humanas se dirimen en una zona de sombra y que no podemos determinar cuándo los demás están siendo sinceros con nosotros. Como principio de prudencia para la aplicación de la metodología científica es útil, pues el médico debe sospechar que lo que le dice el paciente respecto a su estado es falso. Ello resulta sorprendente, pues entendemos que éste debería ser sincero al máximo para facilitar la labor del médico, si entendemos que lo que uno quiere es curarse. Pero House tiene razón, las personas se mienten continuamente a sí mismas, seguramente porque la vida se les haría insoportable si se les representara la verdad desnuda. ¿Cómo esperar entonces que una brutal tormenta de lucidez se apodere de ellos cuando se tumban en la consulta? Si no estuviéramos engañados respecto a nosotros mismos puede que ni siquiera necesitáramos a los médicos.

Mi aserto houseano preferido es otro. En un episodio perdido en alguna temporada remota, uno de sus jóvenes colaboradores del equipo de diagnóstico le recuerda a House que tienen que atender tal caso antes que tal otro porque aquél es más importante.

-"Nada es importante", contesta House.

La frase es enigmática y vuelve a su autor un trasunto del gran fatalista rumano, Cioran. Desde el irrespirable nihilismo que nos depara, vemos erguirse, insolente, el humo tóxico de su gélida lucidez. Después de todos estos años, concedo a House el derecho a una afirmación como ésta, que nos deja a dos centímetros de la locura, ese lugar fronterizo que es acaso el único en el que alguien como él -o como Cioran- puede vivir sin enloquecer definitivamente.

Bajo el efecto de la vicodina, claro.

Jueves. Un preso influyente y especialmente mal parido amedrenta a House en la cárcel a la que ha ido a parar después de una conducta tan absolutamente execrable, que ya ni siquiera sus escasos y fieles amigos quieren seguir a su lado: ha estrellado su automóvil contra la casa de su ex-novia, la Doctora Cuddy, que en ese momento celebra una cena con su hija y varios amigos, entre ellos su nueva pareja. Le chantajea exigiéndole una provisión de pastillas narcóticas haciéndole ver que en la prisión prevalece la ley del más fuerte y que la alternativa del débil es someterse o morir. Cuando al fin House consigue las pastillas, se dispone a entregárselas al extorsionador en el comedor, quien, con una despreciativa sonrisa en la boca, comete el mayor error que se puede cometer con Gregory House, le humilla recordándole que ha claudicado: "Al fin has entendido que lo mejor es tragar, ¿verdad?". En ese momeno, House arroja las pirulas al aire y una jauría de presos se lanza al suelo a por ellas. House va a morir, los matones del extorsionador se disponen a liquidarle sin piedad... Termina salvando milagrosamente el pellejo, claro.

¿Tenía que tragar? Sí, desde luego es eso lo que la prudencia aconseja, pero es un error menospreciar la resistencia de las personas. He caído en este error algunas veces en mi vida, pero he aprendido a hacerlo cada vez menos y, sobre todo, creo que es un error que otros han cometido conmigo, lo cuales un problema para mí, pero sobre todo es un problema para ellos. Con frecuencia establecemos la medida de la dignidad, la fuerza y el atrevimiento de una persona, creyendo poder fijar unos límites incuestionables. La cara de sorpresa que ponemos cuando vemos saltar por los aires ese límite es especialmente estúpida. No hay nunca que desestimar la capacidad de los seres humanos para proteger su honor, tampoco cuando parecen estar muertas de miedo.

Miércoles. Garzón, los recortes, la corrupción... Y, muy especialmente, la Reforma Laboral. Intentan hacernos entender que lo mejor para nosotros es tragar. A ustedes puede parecerles demagógica la comparación con el hijoputa que extorsiona a House, pero, qué quieren que les diga, yo al menos a éste le veo cierta honestidad, pues le pone las cosas claras: "los fuertes aplastan a los demás, por eso tú tienes que tragar". En nuestra querida y avanzada sociedad demoliberal los mandarines tienen que cargar con la obligación de convencernos, una vez nos han relegado a la servidumbre, de que lo mejor para nosotros es ser unos siervos. Para eso tienen las teles y los periódicos, que no es poco ejército, pero tampoco tienen rubor, como se ha hecho estos días en el centro de Valencia, de sacar a la policía a soltar hostias a los estudiantes cuando les pega por montar un poco de bulla y parar el tráfico. Si los jóvenes conocieran con certeza los contornos del futuro que la clase empresarial y el gobierno está trazando para ellos no se conformarían con parar un rato el tráfico.

Martes. No discuto que para muchas y pequeñas empresas sea una necesidad de supervivencia obtener condiciones de despido más favorables que las que se tenían. Ahora bien, es difícil entender que facilitar las condiciones del despido vaya a generar otro efecto que el de aumentar los despidos. ¿Se contratará más? Difícilmente, dado que se requiere una reactivación que no va a llegar si a nos bajan más los salarios, si algunos que trabajaban van a la calle y si los que se sentían seguros constriñen todavía más sus gastos porque se sienten más inseguros. Lo que parece que no hay manera de que entienda la clase empresarial española es que lo que un señor produce y vende necesita un mercado dotado de capacidad de gasto; si todos somos más pobres y vivimos menos seguros porque las condiciones del asalariado se desregularizan, es decir, se vuelven más precarias, entonces no sé a quien demonios piensa venderle lo que produce. Todo lo que gane ahorrándose de partida costes de personal terminará perdiéndolo después cuando el mercado se jibarice, que es, a fin de cuentas, en lo que consiste una recesión como la que tenemos.
No sé cómo se sale de esta espiral, pero la mayoría entendimos hace ya mucho tiempo que las eras revolucionarias acabaron en Occidente con el gran pacto tácito entre clases por el cual la miseria y el abandono a su suerte de los débiles habría de ser resuelto o, cuanto menos, residual en una sociedad donde la libertad económica y la prosperidad habrían de ir acompañadas de una razonable redistribución de la riqueza, lo cual no se debe confundir con ningún principio de caridad cristiana, como los que -con una abyecta hipocresía- utiliza con frecuencia la derecha norteamericana del Tea Party.

Me da mucho miedo el regreso de la Cuestión Social, aquella violencia estructural característica de la Revolución Industrial en cuyas fábricas se producían mercancías a ritmo tan acelerado como se generaban pobreza, explotación y servidumbre. Quizá el futuro es competir con el capitalismo asiático con las armas del capitalismo asiático, o lo que es lo mismo, asumiendo sumisamente que debe haber unos cuantos ricos muy ricos y que la mayoría hemos de vivir cada día peor.

Si aceptamos esta hipótesis nos quedaremos sin recursos éticos para hacer ver a los jóvenes que queman contenedores y bloquean el tráfico que lo que hacen está mal. Y da bastante miedo quedarse sin legitimidad moral, ya lo creo.

Lunes. Arancha Sánchez Vicario me dio siempre un poco de lástima. Es frívolo, sí, teniendo en cuenta la fama y la fortuna de la que gozó durante su brillante carrera tenística. Detrás de cada estrella infantil del deporte suele haber una familia codiciosa. Lo que no entendí ya entonces es que se hablara con admiración de los Sánchez Vicario como una familia ejemplar. Las acusaciones de elusión de obligaciones fiscales fueron ignoradas porque Arancha acumulaba títulos que agrandaban las glorias de la patria. Ahora estalla un escándalo con el que se lo están pasando bomba las hienas de la prensa rosa. Se me ocurre seguir ampliando la lógica desreguladora de las reformas fiscales: acabar también con las leyes que prohíben la explotación infantil. A fin de cuentas ya se hace en amplias zonas del planeta. Una broma siniestra, desde luego. Pero es que el mundo se está poniendo muy siniestro, qué quieren que les diga.


Saturday, February 11, 2012






EL JUEZ GARZÓN



1. "En este país hay demasiadas opiniones", oigo decir a un prestigioso catedrático de Historia en una conferencia sobre el progreso y la herencia ilustrada. Tiene gran parte de razón, pero su aseveración arrastra un peligro, el de la disuasión, el del silencio, que, como bien se ha demostrado a lo largo de los tiempos, es la peor de las complicidades cuando se hace insistente y multitudinaria. Lo que sobran no son opiniones, en todo caso sobran exabruptos... De eso sí hay en exceso, y cuesta a veces abrirse camino en la telaraña que abren de injuria, calumnia y bajos instintos. De ello podríamos acusar a ese taxista que, dos segundos después de acomodarnos, ya ha encontrado la excusa perfecta para despotricar contra los navajeros, los inmigrantes, los socialistas, los maricones y los funcionarios. Pero lo preocupante es que, por ejemplo en estos días al hilo de la condena de Garzón, estamos viendo cómo no sólo la infantería cavernícola habitual, sino incluso responsables políticos de alto nivel se permiten el lujo de jalear el fin de la carrera de un juez que tiene toda la pinta de molestarles porque persigue a los "suyos", entendiendo que los suyos pueden ser los corruptos o los criminales del franquismo.

No creo que sobren opiniones, creo en todo caso que faltan opiniones bien fundamentadas, las cuales, no por serlo, resultan necesariamente acertadas, pero sí merecen entrar en el debate, al contrario que los simples exabruptos, que deben ser tranquilamente ignorados y no suscitar más que un profundo desprecio moral. El peligro contrario al del exabrupto es el de la falta de autoestima del ciudadano de a pie, es decir, del lego en tales o cuales materias, el cual, abrumado por expertos demasiado aficionados a silenciar a los discrepantes, puede tender a refugiarse en la comodidad de la opinión teledirigida o incluso del silencio. Y miren, en casos como éste el silencio me parece vergonzante.

Yo animaría a todos a leer la sentencia de Garzón, a analizar las circunstancias tan complejas que rodean este asunto, a hacer examen de la relación que a lo largo de nuestras vidas hemos tenido cada uno con los medios jurídicos, a valorar el estado de salud del que en la actualidad goza aquel viejo principio de la separación de poderes... Preguntémonos, en definitiva, si la función esencial que atribuimos a las magistraturas, salvaguardar los derecho de los ciudadanos, en especial los más débiles, frente a los abusos está siendo cumplida de forma equitativa y con arreglo a principios democráticos.

2. Me informo concienzudamente, consulto la sentencia*, leo opiniones de personas a las que merece la pena escuchar y, finalmente, escucho con suma atención la interpretación técnica de expertos en Derecho con muchos años de ejercicio profesional... Después establezco mis propias conclusiones, y de ellas sólo yo soy dueño y responsable.

Veamos. La sentencia da a entender que el juez Garzón ha cometido abusos intolerables sobre el derecho de defensa de las personas a las que tenía imputadas por el caso Gurtel. Quienes me asesoran, y confío en ellos, aseguran que en este sentido la sentencia es impecable, demasiado impecable quizá. Los miembros del tribunal han sido extremadamente pulcros y exhaustivos con el evidente objeto de construir un dictamen al que no hubiera manera de buscarle las vueltas. Correcto, si eso constituye delito de prevaricación, parece razonable que Garzón sea expulsado de la carrera judicial. ¿Lo es?

Aquí es donde aparecen mis dudas porque a este ciudadano, lego en derecho pero convencido de que debe exigir justicia, no le cuadran demasiado algunas cosas.

a. ¿Son tan pulcros y exhaustivos los jueces españoles siempre que sentencian? Sí, ya lo sé, este caso requiere una especial atención, pero también la requieren los casos de corrupción, y tengo muy serias dudas de que los corruptos de este país estén siendo perseguidos con la misma dedicación y contundencia con la que lo está siendo este juez que supuestamente abusa de las reglas del juego cuando pretende obtener pruebas de sus imputados. Mi opinión es que las instituciones de este país son indulgentes con los corruptos, que por la calle pululan impunes personas muy poderosas que han malversado fondos públicos y se han enriquecido ilícitamente con el dinero de todos, y creo que eso se debe, en gran medida, a que no se les ha perseguido adecuadamente.

b. Observo que la fiscalía y el juez que se hizo con el caso Gurtel cuando Garzón se inhibió dieron por buena la instrucción que éste había realizado y que sus acusadores calificaron de "monstruosa". Dicho calificativo es ratificado por la sentencia, cuyos autores no dudan en dar lecciones al sentenciado -y a todos nosotros, incluyendo a quienes nos observan atentamente desde el extranjero- respecto a las esencias éticas de la democracia cuando comparan los procedimientos de Garzón con los propios de estados totalitarios. Fiscalía y juez sustituto necesitan por lo visto esa moraleja, tanto como los numerosos y prestigiosos juristas que consideran que Garzón es objeto de una cacería y que el objeto de la misma no es tanto defender derechos ciudadanos como apartar a este personaje de la carrera judicial y, de paso, amedrentar a aquellos a los que a partir de ahora toque investigar la corrupción, especialmente si afecta al partido político que en la actualidad goza de un poder omnímodo en nuestro país.

c. Cuando a los jueces españoles les llega un caso con acusaciones de prevaricación hacia un colega, ¿se aplican a la elaboración de argumentos incriminatorios con tan encarnizado afán de proteger los derechos de defensa como en este caso? Si así fuera, yo me sentiría muy tranquilo, pues sabría que nunca van a ser conculcados por la arbitrariedad de un juez. Pero la verdad, es que no me siento muy tranquilo, me siento todo lo contrario, más bien tengo la sensación de que a partir de ahora la judicatura puede permitirse el lujo de ser más caprichosa, plutócrata y tendenciosa de lo que ha sido hasta ahora, cuando el acusado de caprichoso y tendencioso va a ser eliminado.

3. Tengo sospechas y dudas, no me siento en condiciones de hacer aseveraciones taxativas sobre ciertos temas, y sé muy bien lo que, por ejemplo en mi área profesional, pueden dañarnos ciertos enfoques mal informados y peligrosamente cargados de prejuicios hostiles. Me pasa como docente de un instituto de enseñanza secundaria y me pasaría si fuera juez o abogado. Ahora bien, que debamos despreciar los exabruptos de un energúmeno no quiere decir que considere inaceptable el derecho de los ciudadanos, es decir, de quienes hacen uso de los servicios públicos, a cuestionar y criticar nuestro trabajo, por más que nosotros seamos los expertos en la materia. Digo esto porque la pretensión de algunos miembros del Consejo General del Poder Judicial, indignados por la profusión de ataques sin fundamento que le están llegando a la casta judicial, o la llamada a la "responsabilidad" de la vicepresidenta del Gobierno (hay que tener desfachatez tras los ocho años de oposición al gobierno de Zapatero para ahora exigirnos ser serios y respetuosos con los poderes públicos), transmiten una voluntad disuasoria respecto a la crítica que arraiga en una concepción patrimonialista y antidemocrática de las instituciones, cuando es precisamente falta de respeto a la democracia lo que estos caballeros imputan a quienes critican la labor de los jueces.

4. Una conclusión. Este asunto no ha acabado. Garzón no volverá a ser juez, al menos en España, eso lo tengo claro, pero quienes creen que su figura está ya completamente desactivada demuestran valorar muy poco la determinación y el amor propio del personaje, sin olvidarnos de los apoyos absolutamente leales con los que cuenta dentro y fuera de este país. En cualquier caso, no debemos enfocar las implicaciones de este caso sólo en lo que pase con la vida de Garzón; lo que realmente me preocupa es lo que podemos aprender de este asunto en el que, sospecho, está en juego mucho más que la supervivencia profesional de un juez que se obsesionó con la exigencia moral de ser un hombre de justicia y no un burócrata. Lo que de verdad debe preocuparnos es si realmente tenemos un estado de derecho y si estamos dispuestos a luchar por defenderlo.


5. Otra. Pido por favor a quienes desde actitudes moderadas y reflexivas dicen ser reticentes desde hace mucho hacia Baltasar Garzón que dejen de utilizar calificativos irónicos o despectivos respecto a quienes expresamente alientan al juez, declarándole su admiración y comprometiéndose a no dejarle solo en las batallas que tiene que librar. Garzón no es muy "majo", ni es un juez estrella, ni quienes le elogiamos somos "fans". Fan se puede ser de David Bisbal, y yo en todo caso lo soy de Messi o de Loquillo, pero a Garzón no le admiro por ser guapo o por que marque goles. No seamos mezquinos. El veterano periodista Miguel Ángel Aguilar, por ejemplo, se burla de esta actitud llamándo al personaje desde hace años "el juez Campeador". Quizá debería preguntarse por qué mucha gente cree en tanto en ese caballero. Quizá debería escarbar en su propia conciencia y, como muchos veteranos incondicionales del felipismo, preguntarse si la determinación de Garzón de investigar en su momento los crímenes de estado acaecidos durante el gobierno socialista ya le ha sido perdonada o si, por el contrario, quienes se alían ahora con Esperanza Aguirre o Francisco Camps en eso de jalear la defenestración del juez son capaces de superar sus viejos deseos de venganza. Claro que Aguilar y Garzón son personas hechas de muy distinta pasta, así es la vida, qué vamos a hacerle.

Insisto, no seamos mezquinos, que otros hagan leña del árbol caído y sonrían satisfechos al paso de su féretro. Admiramos a Garzón porque, ante el coraje con el que ha sido capaz de perseguir a muchos de los poderes más dañinos y siniestros, no nos queda otra que reconocer que nosotros no hemos sido capaces de lo mismo. Garzón no es el Cid, es un ser humano como yo, y eso es lo que me inquieta, pues a su lado palidecen las atribuciones de valor y determinación que de vez en cuando alguien me hace. Admiramos a Garzón porque se cree capaz de luchar contra la impunidad. Qué desfachatez, creer -como rezaba el título de su libro- que podemos esperar vivir en "un mundo sin miedo" gracias por ejemplo a la labor de los jueces.

Seguramente estaba equivocado.

Friday, February 03, 2012




EL INVIERNO

Asisto a una reunión de profesores. No nos conocemos, no nos patrocina un sindicato ni seguimos ninguna directriz oficial. Las asambleas de profesores de los centros escolares públicos de la localidad han decidido coordinarse y dar lugar a este tipo de encuentros fuertemente marcados por la espontaneidad y la urgencia. Se me ocurre pensar -pese a que es la primera vez que veo a cada uno de los participantes y me son, por tanto, desconocidos- que una nube de tristeza atraviesa la fría sala donde hemos hecho un círculo en torno a una persona que, portátil en mano, trata de dar algún tipo de transitividad organizativa a los acuerdos. Preparar algo tan aparentemente sencillo como una concentración de la comunidad educativa ante el ayuntamiento y encerrarse después durante la tarde y la noche en las escuelas, supone tener que tramitar permisos, establecer redes de comunicación y tomar decisiones... Son actividades para las que uno ni ha nacido ni van a retribuírselas, entre otras cosas porque, de lo contrario, uno se habría hecho liberado sindical, cosa que no seré jamás así que ciegue.


La gente interviene, formula propuestas y se expresa con buen sentido, pero no se presiente ni el eco más remoto de entusiasmo revolucionario. Se adivina una misteriosa sombra de pesimismo tras cada propuesta, por más que su objetivo sea combatir a unos poderes que han decidido una vez más que las víctimas de la crisis van a ser quienes necesitan los servicios públicos, es decir, los que menos han hecho por provocarla. Se advierte el pesimismo, el apagamiento de los ímpetus juveniles. No extrañaría si fuéramos personas viejas las que nos reunimos, pero no es el caso, no somos niños, pero no tenemos edad para recluirnos entre los muros de la desesperanza y el nihilismo. (No sé, por cierto, si se tiene alguna vez edad para eso, se tiene en todo caso un cierto ethos, la actitud ante el vida, el carácter... algo que viene de muy dentro, que
se ha ido cuajando a cocción lenta en los recovecos más profundos de la memoria y que, cuando llega el enemigo con sus cañones, te hace apretar los puños con más fuerza o, por el contrario, salir corriendo despavorido). Pero no sólo se presiente, la amargura ha pasado a tematizarse, se hace explícitamente presente en cualquier conversación: "todos tenemos a nuestro alrededor gente que se ha quedado sin trabajo... ha cerrado el negocio... les han metido ya el ERE...la gente no va a querer entendernos porque somos tal y cuál...". El fraseo tan reconocible se acompaña de una mímica facial que reconoce que, junto a la exhortación a la resistencia, hay malas perspectivas respecto a las posibilidades de conseguir algo.

La izquierda es víctima, pero también es culpable de su melancolía. El bucle de tristeza en que vive tiene que ver no tanto con el envejecimiento de la Revolución como con el de sus defensores. La Revolución no se hizo, dicen, pero esto es falso, se ha hecho, solo que no ha sido como esperábamos. ¿Y qué esperábamos: que el Capital repartiera sus beneficios, que las pibas se abrieran de piernas a nuestro paso mientras cantaba Joan Baez, que Felipe González
nacionalizara la banca y creara leyes de hierro para los beneficios empresariales? Por amor de Dios... La decepción, convertida en un estado casi metafísico, es en verdad la respuesta que dan personas envejecidas a la única verdadera gran desilusión: la de que no se termina nunca de luchar, que jamás el mundo deja de ser brutal e injusto, la de que no dejáremos al irnos un mundo en orden como el que habíamos soñado para nuestros hijos.

Es cierto que el márchamo de los acontecimientos no induce al optimismo, pero ¿quién ha dicho que se combata bajo la inspiración del optimismo? Se combate porque no se tiene más remedio, ¿qué creíamos? Se lucha en medio del frío y con ganas de irse a casa cuanto antes. Cuando te reúnes y pasas horas interminables preparando carteles, encerronas y manifestaciones, lo que estás deseando no es que te lo agradezcan ni que te lo paguen, lo que deseas es que alguien te sustituya y te deje a ti la comodidad del sofá desde el que todo se ve con más confort, incluso la guerra.

La derecha española tiene tramado un proyecto para cargarse el Estado del Bienestar, lo sé. No es que el PP tenga especial interés por fastidiar a los ciudadanos, es que está en su ADN ser dócil al gran capital, por lo cual resulta entrañable el lloriqueo indignado de algunos votantes de Rajoy cuando ven que va a desmantelarles servicios esenciales y reducir derechos tan básicos como el subsidio de paro, las pensiones, los seguros hospitalarios o las indemnizaciones por despido. Tampoco ayuda mucho el espectáculo de egos de las primarias en el PSOE, ese partido por cuyos despojos pelean sus distintas facciones y que, sin una sola idea seria que hacernos llegar a los ciudadanos, parece tener más asumida que nunca su condición de perdedor. Podemos hablar también de que Garzón va a ser probablemente expulsado de la judicatura mientras los malvados a los que persigue se las prometen muy felices. O Camps agradeciendo los servicios prestados a Intereconomía, donde se celebra la impunidad de la corrupción siempre y cuando los corruptos sean de los suyos...
Nada ayuda, nos disponemos a vivir probablemente el año más difícil en la historia reciente. Pero, miren, tengo un enanito dentro que lleva toda la vida previniéndome respecto a las corrientes que se extienden con demasiada facilidad entre la gente. La cosa está puta, desde luego que sí, nadie lo duda. Sin embargo, yo pasé muchos años de escepticismo respecto al marchamo de la cosa pública, por ejemplo en el País Valenciano, durante los años que el Presidente Camps presentaba como el colmo de la prosperidad. "Somos felices, no van a poder destruirnos". Se refería a la oposición, a la prensa no afín, a los agoreros como yo... Pero es esa cultura del fasto, la petulancia y el gasto desmesurado lo que lo ha reventado todo. No creo que estuviéramos tan bien entonces, cuando nos llenábamos las arterias de colesterol -y ya se sabe que el colesterol no avisa- ni creo que lo de ahora sea sólo un invierno sin esperanza.

Caminamos en el desierto, y no tenemos más que lo puesto, que además se lo debemos a algún banco, ahora lo advertimos todos fácilmente. Pero es en el desierto donde a veces emergen los mejores sentimientos, la solidaridad, la resistencia, la grandeza de quienes aparecen cuando ya no hay ensoñaciones de fatua grandeza, ni mamarrachos arquitectónicos de Calatrava, ni riqueza y pelotazos para todos. "Nadie podrá parar a los valencianos", es verdad, se han parado solos. Estamos arruinados. Es momento de comprobar si la dignidad de cada uno valía tan poco como nuestra burbuja de ridículos nuevos ricos.