Saturday, September 25, 2010














1. SEPTIEMBRE es el lunes de los meses, y la función que le hemos atribuido le condena a un desprestigio inmerecido. En septiembre he visitado lugares cuya seducción crecía con la decrepitud del otoño. En septiembre he visto venir lluvias, no siempre violentas, que se llevaban la tortura de unos rigores calurosos que no nos merecíamos. En septiembre vuelven a colapsarse las entradas a las ciudades, sí, pero las playas son abandonadas y, por tanto, recuperan todo su misterio y su secreta belleza.


Es el sistema productivo el que ha desprestigiado septiembre. Lo peor no es el síndrome postvacacional, lo peor es que intenten convencernos una y otra vez de que lo padecemos o -aún peor- que tenemos derecho a padecerlo y a quejarnos. No van a curárnoslo porque, secretamente, todos sabemos que volver a una carretera interminable o a una oficina con pinta de sótano es desagradable, casi tan desagradable como su reverso, el paro, que es también un invento del sistema productivo para mantenernos aterrorizados. Pero, al menos, diciendo que estamos enfermos nos sentimos acompañados en nuestra tristeza, tanto como cuando nos topamos una mañana con la evidencia de nuestra propia mediocridad o tenemos inapetencia sexual.








2. LA INAPETENCIA y sus depresivos aliados, la desgana, la desmotivación, la fatiga... La emisora de radio cuya voz viene acompañando mis madrugadas desde hace una eternidad parece haber encontrado en la farmacopea milagrosa su fuente de financiación. Si tu marido no te hace el amor tienes que darle tal cosa y recuperará al depredador sexual que los años han adormilado; si suspendes los exámenes hay un fármaco prodigioso que supuestamente activa la memoria; si andas fatigado tienes cierta pócima que te pone a cien y no se llama cocaína... Diríase que tres siglos después de Cervantes, seguimos sin superar la tentación de creer en el Bálsamo de Fierabrás, que todos recordamos por su mención en el Quijote. Leyenda procedente de los cantares de gesta carolingios, esta poción mágica tiene la virtud de curarlo absolutamente todo. Y así, tras la enésima paliza recibida, el hidalgo dice haberse aliviado de todos sus dolores gracias al bálsamo, mientras que a Sancho sólo le ha provocado efectos laxantes, algo que Don Quijote justifica por la condición plebeya.


Hay que creer, tener fe... y sólo entonces la magia funciona. ¿Sirven para algo los fármacos que la radio nos vende cada mañana con la misma desfachatez con la que los charlatanes vendían crecepelos en las películas del Oeste? No, desde luego, son simples placebos y seguramente crean adicción y tienen efectos secundarios, pero es alentador levantarse de la cama con la sensación de que uno está a punto de internarse en la inhóspita selva de las calles protegido por el brebaje de Panoramix.




3. DESPUÉS DE MUCHOS AÑOS, vuelvo al fin a la Universidad. Desconozco si trabajar para ella, siquiera de forma muy fugaz, supone arriesgarme a perder el sabor de su leyenda, sin duda una de las más poderosas que habitan mi mente. Soy poco lúcido para esto. Amo la Universidad porque, donde lo sensato es encontrar tediosos mazacotes entregados a la burocracia, yo creo ver los muros gloriosos de los viejos templos de la sabiduría. Ya ven, tanto leer a Cioran y a Nietzsche para acabar gritando con el gol de Iniesta y entrando a dar clase en mi vieja facultad con nervios de principiante.


¿Primera impresión? Creo que los actuales estudiantes universitarios no son ni mejores ni peores, ni más conformistas o insolidarios de lo que éramos los de mi quinta, como con frecuencia suele decirse. Este es, en realidad, el mito que hemos forjado de ellos los adultos para excusar que el mundo que hemos creado -y con el que ellos se tienen que batir- hace mucho por alimentar el conformismo y la insolidaridad.



Lo que sí advierto, y es algo que me produce un tedio y una irritación casi insoportables, es que los actuales estudios superiores son víctimas de una estúpida sobrelegislación que tiende a volverlo todo confuso y burocrático. Bajo las promesas de la interdisciplinariedad, la multioptatividad, la pedagogía y todas esas banalidades con las que se llenan la boca los expertos en reformas, lo que yo encuentro es sobre todo una confusión espantosa. Alumnos que van de un lugar a otro y que a veces no saben cuántos créditos les faltan para acabar la carrera, las mismas colas de siempre ante la ventanilla pero con más caos, las mismas aulas atestadas de gente que no sabe muy bien por qué ha cogido tal asignatura... Todo se hace, supuestamente, para racionalizar el sistema, pero el resultado es que se pierde el sentido de lo único verdaderamente pedagógico: las personas que se juntan dentro de una sala intentando aprender unas de otras. Desde que el mundo es mundo esa ha sido la clave de todo acceso a la sabiduría.

Demasiado sencillo para que lo quiera entender un tecnócrata experto en reformas educativas. Por suerte, y cuando se trata de seres humanos que se relacionan entre sí, la vida se abre camino siempre.







4. CONTRA LA INDIFERENCIA. Josep Ramoneda acaba de publicar un ensayo sobre lo que él denomina "el totalitarismo de la indiferencia". El fascismo contemporáneo ofrece dimensiones nuevas y sutiles, y acaso sea tan pernicioso como el de los viejos fanatismos identitarios y genocidas del siglo XX, entre otras cosas porque con frecuencia presenta también ansias profundamente destructivas y violentas. La democracia es un modelo frágil -¿qué nos creíamos?- y luchar por su supervivencia no supone tanto loar sus maravillas como hacer frente a la casta de políticos, especuladores y popes mediáticos para los cuales nuestro destino no es ser ciudadanos sino consumidores.


"Ya no hay contra qué luchar ni referentes ideológicos firmes en los que apoyarse para hacerlo". He escuchado esta frase infinidad de veces en los últimos veinte años. Prosodia para excusar la comodidad de la indiferencia, impúdica exhibición de la propia cobardía. No sé si se debe leer a Marx ni si hay que votar a Izquierda Unida... ni siquiera sé aún si haré la huelga del día 29. Acaso no sepamos cómo luchar ni cuál es ese nosotros desde el que se erige la legitimidad de la acción reivindicativa, pero es falso que no sepamos contra qué luchamos ni cuáles son los compromisos que deben defenderse.







5. ESTA HUELGA ES, MÁS QUE NUNCA, UN JUEGO PSICOLÓGICO. Toda guerra lo es, desde luego, pero cuando Toro Sentado provoca el efecto estratégico en el General Custer para atraer a sus tropas hacia Little Big Horn y despedazarlas, la psicología solo es parte de una estrategia cuyo objetivo es la victoria. En esta huelga todo se disuelve en la viscosidad de la psicología porque nadie sabe qué es exactamente lo que hay en juego. Como en una farsa gigantesca, los cómicos simulan su mal humor, se ponen graves y solemnes y escenifican su enfrentamiento. No es una guerra, sino su simulacro. Por tanto, no conviene ganar. Es un juego cuyo resultado preestablecido es la suma cero.


¿Qué ocurrirá el viernes? Todos sabemos lo que se dirá que ha ocurrido, qué estadísticas se harán valer por las partes interesadas, cómo volverá rentable cada cuál el desarrollo de la jornada, cómo se devanarán los sesos para reivindicar ante las masas su permanencia en un espacio de poder al que, sin duda, son adictos todos estos caballeros tan olvidables que protagonizan la escena política española. Lo que no sabemos es lo que de verdad ocurrirá el viernes, nadie sabe qué sera eso que pasará con nuestras vidas cuando llegue el día de la huelga... porque eso, es decir, la vida, es accidental, no puede someterse a la preprogramación de los responsables de la escena. Como en el 14-M o como con las celebraciones de triunfos deportivos, pero también como en las exhibiciones inexplicables de indiferencia ante los desastres, la reacción de las masas es imprevisible, se desliza sin control entre las líneas del guión.










6. BELÉN ESTEBAN protagoniza un documental. Ramoneda cree que un símbolo popular tan torpe, tan cutre como éste, es el síntoma de una amenaza real de fascismo, un fascismo que, sin embargo, nos cuesta detectar. Algunos maridos atacan a sus esposas porque aman a la Esteban, de la que éstas llegan a decir que "es una Madre Coraje". No lo es, desde luego, no se parece en nada a las muchas Madre Coraje que yo he conocido... pero ellos votan a Rita Barberá. No sé si la diferencia es tan notable como creen. Las españolas han adoptado a Belén como en su momento adoptaron a Marisol. Tienen que ser niñas o idiotas las que acepten ese juego, las que se dejen, pues Leticia Ortiz o Penélope Cruz sueñan todavía con tener una vida propia que no tienen por qué exponer a los focos. Belén ha superado ese prejuicio, se nos ofrece con una naturalidad tal, se nos da tan obscenamente, que podemos disponer de ella como de una muñeca hinchable. Belén es un producto televisivo de cabo a rabo, no hay vida más acá de la pantalla en ella, por eso poco importa que sea un producto de baja calidad... es perfecta porque es un producto en toda la extensión de la palabra.










7. LAS EMPRESAS de telefonía, de gas natural y de seguros, han tramado una conspiración para que mi insomnio de septiembre se vuelva más irrespirable. Calculan el momento de sobremesa en que trato de recuperar los minutos de sueño que los fantasmas nocturnos me han robado y se lanzan sobre mí para destruirme. La estrategia a veces es telefónica y otras simplemente llaman a la puerta. Nunca les compro nada y a veces incluso les amenazo con denunciarles porque asaltan mi intimidad con una violencia que no esperaría si un grupo de ninjas entraran por el tejado o el balcón para llevárseme a punta de katana. Pero el objetivo no es venderme nada, esa es sólo la excusa: lo que quieren es joderme.

Saturday, September 18, 2010












1. YO NO SOY UN GITANO. El último éxito de Shakira recoge una declaración de identidad ciertamente espumosa e hipócrita, pero no intrascendente: "I´m a gypsy", es decir, "Soy una gitana". Suena mejor en inglés, porque cuando yo era crío te decían que parecías un gitano cuando volvías muy guarrete de la escuela. También recuerdo haber oído a mi abuela denominar despectivamente "gitaneo" a esa situación cotidiana en que uno ajusta el cambio de calderilla -si me debes cuatro, si te he de dar tres- lo cual refleja la tradición católica que quiere ver en la preocupación excesiva por el dinero traza de cristianos nuevos y otros sujetos de ascendencia confusa. (Ello no es óbice para que resultara completamente imposible escamotearle un solo duro... porque sí, es cosa de moriscos y marranos eso de mirar mucho las perras, pero si se miran y se cuentan escrupulosamente pero con un poquito de cara de asco, entonces Dios te lo perdona). Los gitanos, ya se sabe, son gente de mal vivir, nómadas que viven a la luz de la luna y el calor de la hoguera, lo cual les lleva, según sus detractores, a robar enseres y secuestrar niños, y según sus románticos adalides, a transitar por la vida como si de una apasionante aventura se tratase.







Lorca amaba a los gitanos, aunque no sé si llegó de verdad a conocerlos. El inefable Sánchez Dragó, al que uno aprende a tolerar el día en que descubre que nada de lo que dice merece ser tomado en serio, hizo una anarquista declaración de principios al exigir una noche televisiva que la república paya y apoltronada de los políticos fuera sustituida por un "gobierno de la luna llena", es decir, un gobierno gitano. Cioran, con un trasfondo bastante más oscuro y pesimista, consideró al gitano el único pueblo seriamente en condiciones de considerarse "elegido de los dioses", por su "decidida voluntad de no dejar nada estable y consistente de su paso por el mundo".


Yo no puedo decir que conozca a los gitanos ni que me gusten o me disgusten. Diría que, en todo caso, me atraen un tanto irracionalmente por lo mismo por lo que desde siempre me han atraído las mujeres o los musulmanes: son distintos a mí, o mejor dicho, parecen distintos a mí. Sí recuerdo haberme conmovido escuchando cantar a Camarón, pero no creo que sea suficiente para decir que se ama a los gitanos el ser capaz de admirar un arte cuyo embrujo -cuando no es un simple reclamo turístico y facilón- parece nacer de profundidades oscuras e inaccesibles.







En una ocasión pasé casi un mes conviviendo con una familia gitana. No fue por ninguna suerte de interés antropológico -menuda gilipollez sería eso-: coincidimos en la misma cuadrilla de vendimiadores. Entre las actitudes y costumbres del cabeza de la familia, que ejercía públicamente de romaní puro y reivindicativo, hubo algunas que me produjeron irritación e incluso rechazo y otras que me fascinaron. Nunca olvidaré la mañana en que, tras muchos días de tensión soterrada con el capataz de la cuadrilla, surgió ante las brasas del almuerzo un debate cuyo interés serían incapaces de superar los mejores tertulianos de la Ser. El payo acusó al gitano de haber sacrificado la escuela de sus hijas llevándoselas durante meses a vendimiar y a vender ropa después por los mercados. El gitano le contestó que los payos eran unos codiciosos y que solo pensaban en acumular, que él hacía feliz a su familia gastando el dinero tal y como lo ganaba y que sus hijas aprendían mucho más de la vida yendo de aquí para allá que calentando la silla en un pupitre. Creo que el gitano no tenía razón. Y, sin embargo, me dejó para siempre con la duda de si los payos somos un hatajo de avaros que llevamos una vida gris y patética sacrificando nuestra felicidad al altar de la vivienda en propiedad, la pensión y el puesto de trabajo estable.





En cualquier caso, yo no soy un gitano. Hubo un tiempo en que mis cosas estaban repartidas por cuatro o cinco sitios distintos bastante alejados entre sí. Me desplazaba largos trayectos con frecuencia y no sabía si al día siguiente iba a tener trabajo. Fue hermoso, pero no quiero que me vuelva a pasar. ¿Saben por qué? Porque, aparte de que uno se va haciendo mayor, he llegado a la conclusión de que cuando se es pobre y nómada tus derechos cuentan menos. Si estás alquilado te maltratará probablemente el dueño, si no tienes un buen seguro irás, con suerte, a parar al médico con más mala uva, si duermes bajo un puente es más fácil que vengan unos niñatos y te prendan fuego tras rociarte de gasolina... Funciona así la cosa.


Sinceramente, no quiero nada de eso para mí ni para los que amo. Pero es que además tengo la sospecha que ni gitanos españoles o rumanos, ni inmigrantes de ningún lugar, por pobres que sea, lo quieren para sí. Intuyo más bien que a la mayoría de las personas les avía mejor tener una vivienda y un trabajo dignos, ser atendidos en un buen hospital y poder salir por calles no infestadas de ratas y de mierda.

Yo no soy un gitano, ni tampoco Shakira. Ni siquiera sé si son gitanos los gitanos.


2. Jamás he entendido la aversión tan profunda que despierta Rodríguez Zapatero en la derecha española, salvo si -como sospecho- aparecer diariamente como la Encarnación de Belcebú en los diarios y emisoras más reaccionarios sea el peaje a pagar -por muy bien que uno lo haga- por el hecho de querer gobernar el país siendo de izquierdas. A mí, que me siento en las antípodas de toda esa gente, lo que el caballero me ha despertado en las últimas horas se parece mucho a la lástima. Que la indignación de la comisaria Reding -tras cumplir con su deber de ser consecuente con el espíritu y la letra de los fundamentos legales y éticos de la unidad europea- la convierta en poco menos que una heroína solitaria ante la miserable connivencia con el gobierno francés que han mostrado la mayoría de responsables políticos, es ciertamente preocupante. Porque todo hace pensar que, cuando las naciones se reúnen y trazan rimbombantes acuerdos cargados de corrección política y tonos humanitarios y éticos, en realidad no tienen la intención de cumplirlos.



¿Conseguirá el gobierno Sarkozy presentar la deportación masiva de gitanos rumanos como una decisión sujeta a la estricta legalidad local? No lo sé, pero a mí me explicaron hace tiempo que cualquier ley europea sobre derechos fundamentales tiene más valor que un reglamento local, y eso suponiendo que Francia -esa nación a la que tanto admirábamos- considere que se puede expulsar del territorio de la República a personas que no han cometido más delito que el de ser pobres y gitanas. Yo crecí creyendo que la de Voltaire y Rousseau era la tierra de acogida por antonomasia... y que en Europa los problemas humanitarios no habían de someterse como en otros lugares a la tiranía de los intereses de los mercaderes o a la del voto populista. Pero es lo que tiene ser pobre y extranjero. Viene pasando desde siempre: uno está amenazado de convertirse en chivo expiatorio de las crisis, las guerras, las pestes o las inundaciones. Y algo peor, si yo fuera gitano me asustaría cada vez que un presidente pierde popularidad: para recuperarla puede ocurrírsele imitar a Sarkozy y meterme en el primer avión.



En cuanto a nuestro entrañable presidente... un gran ejercicio de responsabilidad el suyo, apoyando a Sarko para devolverle los favores respecto al terrorismo. Y además, en el fondo sabe que esto de deportar poblaciones problemáticas tampoco desgasta mucho electoralmente. No sea que a la gente le dé por pensar que lo de amenazar a los inmigrantes es cosa solo de la derecha y empiecen a pasarse masivamente al PP. No pretendo que juegue a héroe, no pretendo que tenga las agallas de la comisaria de la UE, entre otras cosas porque para ser alguien admirable hay que tener madera para algo más que burócrata o diplomático. Pero como mínimo podría haberse callado la boquita. Qué pena, qué personaje tan olvidable.






Y, por cierto, Reding tiene razón. La tiene en todo, también en la comparación con ciertos procedimientos que se hicieron habituales en Europa durante la primera mitad del Siglo XX. Y ya que nos referimos a tiempos tan convulsos, se me ocurre una pregunta: ¿qué pasaría si en vez de a zíngaros se expulsara a contingentes de población judíos? Lo digo por el precedente del proyecto nazi de limpieza étnica, que convirtió al gitano en el segundo contingente de población con más asesinatos durante aquellos años tenebrosos. (Cerca de un cuarto de millón de gitanos fueron asesinados por los nazis, es decir, que un cuarto de los romanís de Europa desaparecieron como consecuencia de lo que, sin lugar a dudas, hay que entender como un proyecto genocida)
Y otra: ¿qué leyes se ponen en Europa para cumplirse y cuáles para no cumplirse?

Y una última: ¿expulsará Sarkozy a Shakira cuando pase por tierras galas? Dice que es una gitana, y además, ya tiene antecedentes policiales: en Barcelona se bañó en una fuente -que queda muy "gypsi"- y subió a una moto sin el casco. Yo, por suerte, no soy gitano ni semita y sí cristiano viejo. O eso es al menos lo que me han dicho en casa.

Friday, September 10, 2010








NADIE ACABARÁ
CON LOS LIBROS...
NI CON LA VANIDAD







1. En la última entrada, deslumbrado por la sabiduría de Stephen Hawking, me alborocé precipitadamente al confirmarse con rigor científico las sospechas que siempre he albergado de que Dios no existía, en parte por chinchar a los papistas y en parte porque, honestamente, creo que si Dios existe nos la vamos a cargar, con lo que mejor seguir así, en este sindiós de guerras preventivas, ayuntamientos endeudados y videos frikis en youtube. Y digo que fue precipitado porque, si bien es cierto que Dios no existe, al menos existe Billy Wilder, o, mejor dicho, sus películas. Fernando Trueba no dudó en llamar "Dios" al creador de Sunset Boulevard o La vida privada de Sherlock Holmes. Ya puestos, yo incorporaría a ese Olimpo a muchos otros... Por ejemplo a uno que, creo que por su buena relación con el Maligno y para que rabie Berlusconi, ha optado por no morirse: Umberto Eco.


Podría hablarles de cómo iluminó mi trayectoria intelectual (mola lo de "trayectoria intelectual", ¿eh?) en tiempos mozos con aquellos ensayos -Obra abierta y Apocalípticos e integrados-, el descubrimiento que supusieron sus novelas, en especial la celebérrima El nombre de la rosa o la para mí infravalorada Baudolino, sus artículos de prensa -muchos de ellos recogidos en extensos volúmenes como La estrategia de la ilusión o A paso de cangrejo- ... No debo ser un gran lector de U.Eco porque su bibliografía abarca demasiadas páginas que aún me son ajenas, en cualquier caso se trata de un escritor con unas dotes de seducción irresistibles. Por cierto, es uno de los pocos personajes de los que en wikipedia, tras los apartados de "Biografía" y "Obras", aparece un tercer apartado denominado "Curiosidades", en el cual se nos relata que el escritor italiano se hace llamar así mismo "Bondólogo" -por especialista en James Bond- o que es fanático de la comida polaca.


No sé si su obra es tan significativa como a mí me parece, no sé si tiene un componente excesivo de prestidigitador y una inquietante facilidad para manejarse en los media... Lo que sí sé con certeza es que siempre me he divertido mucho leyéndole, e incluyo muy especialmente aquí sus declaraciones y entrevistas, en las que demuestra -mejor cuanto más anciano- una finura analítica y una disposición a la ironía ante las que no puedo sino admirarme.


Pues bien, resulta que estoy volviendo a divertirme barbaridades con este señor gordito del Piamonte: el libro se llama Nadie acabará con los libros. Se trata de un largo diálogo con Jean-Claude Carrière, que presume -yo en su caso también presumiría- de haber trabajado como actor y, sobre todo, como guionista en muchas de las películas rodadas por Luis Buñuel a partir de los años sesenta. No me olvidaría de su guión de Cyrano de Bergerac o del de La caja china, film dirigido por Wayne Wang e interpretado por Jeremy Irons, en mi opinión uno de las mejores películas que se han rodado en los últimos veinte años. El diálogo es moderado por Jean-Philippe de Tonnac, un reputado intelectual francés que tiene alguna obra traducida al castellano y que dice en la introducción algo tan interesante como esto: ""Más que nunca, entendemos que la cultura es lo que queda cuando todo lo demás ha desaparecido". La edición de Lumen, uno de los sellos de Random House Mondadori, es ciertamente bonita, y merecen especialmente la pena las ilustraciones a cargo de André Kertesz, un reconocido maestro de la fotografía.



El contenido del texto es tan luminoso, tan ocurrente, hay tanta inteligencia y, al mismo tiempo, tanto sentido del humor en los dos interlocutores, que uno termina fastidiando a quienes comparten su vida, pues les promete dejarles el libro cuando acabes de leerlo, pero por el camino no puedes evitar ir destripándoselo. Ambos relatan episodios realmente sorprendentes sobre el mundo de la bibliofilia, la cual, más allá de la adicción a veces patológica por incunables y antigüedades literarias -patología que los dos reconocen sufrir-, abarca la larguísima historia del amor por los libros. Amor y también odio, pues episodios como el del incendio de la mítica Biblioteca de Alejandría han sido tristemente frecuentes a lo largo de los tiempos. Sometido a la presión, la vigilancia y la animadversión de toda suerte de inquisidores, el libro ha sufrido lo que Tonnac llama su "bibliocausto". Llegamos a fascinarnos ante episodios delirantes de enloquecidos que cruzaban en el año mil cordilleras y desiertos para llegar a cierto monasterio del norte de Italia que albergaba una copia anterior a Cristo de la Poética de Aristóteles. Eco insinúa hasta dónde sería capaz de llegar él mismo por conseguir una de las Biblias de Gutemberg...



Pero de los quince temas de conversación que estructuran el texto creo que me quedo con el titulado Nadie detendrá la vanidad. Umberto Eco es conocido entre otras muchas cosas por su condición de coleccionista de rarezas literarias. Le han fascinado desde siempre los libros que descubren maravillas científicas que resultaron ser completamente falsas, las obras maestras de farsantes que inventaron máquinas tan disparatadas como la "limpiadora de volcanes", las cartografías estrambóticas de tierras remotas que supuestamente se habían explorado... Eco tiene en casa una enciclopedia de la estupidez ( de la bêtise, insiste en decir) en potencia, quizá porque sospecha que nada de lo que una época escribe sobre sí misma es más verdadero que sus mentiras.



Especialmente memorable es el pasaje en el que conversa con Carrière sobre el género denominado vanity press. Se refiere a esas empresas -en número creciente con la galaxia internet- que se dedican a explotar arteramente la vanidad de las personas haciéndoles creer que van a editar, publicitar y distribuir el libro que han escrito, para lo cual se sirven de estrategias que parecen burdas a quienes nunca han experimentado el deseo de figurar al lado de los grandes escritores. Habla por ejemplo de una enciclopedia italiana que admitía dinero por incluir el nombre del cliente junto a los de los grandes escritores. Así, al lado de Cesare Pavese, del que apenas se cita su lugar y fecha de nacimiento y alguna de sus obras, aparece un personaje completamente desconocido del que se glosa largamente su fecundísima relación epistolar nada menos que con Einstein y con el Papa Pío XII. Ciertamente, el hombre escribió largas cartas durante años a ambos, lo que la enciclopedia no cuenta es que ni el científico ni el Pontífice le contestaron jamás.



Podemos reírnos de aquel pobre infeliz, de los esfuerzos patéticos que haría para que alguna visita consultara el libro en algún estante privilegiado de su casa y descubriera que su anfitrión era en realidad una de las glorias de la literatura italiana, con más líneas de atención a su obra que Giovanni Pappini o Italo Calvino. Yo he visto cosas increíbles en el mundo de la vanidad. Deambulando como profesor interino por la meseta, conocí a un tipo que hacía huelgas de hambre periódicas de cuarenta días -como Nuestro Señor- para protestar porque un grupo de reconocidos intelectuales le habían robado la autoría de un ensayo bastante exitoso sobre cierto tema sociológico. Hubo otro que explicaba su incapacidad para ser profesor en una facultad de Filosofía como el resultado de un gigantesco complot entre distintos personajes poderosos de la universidad, los cuales al parecer no parecían vivir para otra cosa que para hundirle.


En cuanto a la vanidad literaria... Hay personas que jamás han publicado una línea y que viven obsesionadas con los numerosos desaprensivos que tienen la intención de robarles sus obras, de ahí que se pasen continuamente por la SGAE para asegurar su autoría. Hay quien, tras habérsele editado un puñado de ejemplares, se obsesiona con que la modesta editorial pretende robarle sus derechos de autor y vende los libros en secreto sin comunicárselo. Pero mi preferido fue un profesor de Latín, el tipo más estrafalario que he podido conocer jamás. Una noche decidió leernos a un grupo de compañeros sus poemas de amor. Mientras recitaba aquellos ripios infumables creíamos estar asistiendo a una broma... Pero no: dos noches después, ante lo que él consideraba un gran éxito entre nosotros, optó por leernos su "antología". Había una oda a Goya, un poema de admiración a la belleza de las invitadas al recital, églogas, sonetos... Terminó leyéndolos subido a la mesa del bar donde habíamos cenado ante la incredulidad general de todos los habitantes del local.

Aquel joven poeta se ha perdido en la noche de mi pasado, ya no supe nada más de él, pese a que me consta que dejó huella entre quienes allá le conocieron. Creo que Umberto Eco le habría amado.





2. Ha sucedido esta semana en un programa de la televisión inglesa, Factor X, uno de esos reality donde supuestamente se buscan jóvenes talentos de la música. Aparecen dos chicas gorditas y que ya en las entrevistas previas demostraron tener cierto desparpajo. Salen al escenario, a la gente le hacen mucha gracia por su descaro. De pronto, la cosa empieza a calentarse, dan alguna respuesta "inadecuada", se dedican a criticarse entre sí. El presentador del show opta por que se pongan a cantar. Parece una broma, es imposible cantar peor. Al acabar, cuando una de las componentes del tribunal del programa, una bella y conocida cantante, juzga negativamente la caótica actuación de las chicas, una de ellas le contesta "who are you?" con evidente mueca de desprecio. Al final se echan mutuamente las culpas por la cacofonía y una de ellas, antes de abandonar el escenario llorando, le suelta una hostia a la otra... Se ve que el presentador habla con el realizador por si conviene poner publicidad ante la evidencia de que los espectadores que asisten al programa están poniéndose algo violentos, soliviantados por el comportamiento provocativo de las dos aspirantes a estrellas.


Creo que preferiría ser arrollado por una estampida de búfalos antes que protagonizar una escena como esa y ante millones de espectadores. Mis padres me enseñaron algunas cosas sobre el sentido del ridículo, el pudor, la vergüenza... Es probable que tales cosas no hayan conseguido sino debilitarme. En estas últimas horas me entero por el servicio de noticias de Yahoo que la próxima semana Ablissa, que así se llama el esperpéntico duo musical que han formado, tiene una actuación en Bristol.


Creo que el mundo que tenemos se resume en historias aparentemente tan estúpidas como ésta. Es cuestión de saber sacar conclusiones.




3. Un sacerdote norteamericano nos tiene en vilo en las últimas horas. Nadie tendría por qué dedicar una sola línea a un pobre imbécil como éste de no ser porque ha conseguido que todos nos sintamos rehenes de sus ocurrencias. Tras anunciar que había desistido de quemar ejemplares del Corán después de haber supuestamente negociado con distintas autoridades islámicas de Nueva York, lo que le habría convencido de que, finalmente, no se erguirá una mezquita en la Zona Cero, parece que en las últimas horas está replanteándose de nuevo su propósito inicial, encolerizado porque sospecha que le han mentido. Vamos, que todos somos rehenes de su estado de ánimo. Recuerda a una de esas películas donde un friki con el cuerpo lleno de dinamita tiene aterrorizada a una ciudad entera y anuncia el desastre si no le permiten entrevistarse con el Presidente de los USA o cenar con Britney Spears.

¿Cómo alguien tan insignificante, tan despreciable, puede concitar la atención planetaria en la conmemoración del 11-S? De Terry Jones -a quien podríamos confundir con uno de los Monty Python, leemos que dirige una congregación pentecostal de cincuenta personas, pero lo que todo el mundo sabe, lo que le identifica es que se proclama "antimusulmán". Lo relevante de que al tipo le pegue por quemar coranes no es el hecho en sí, ni siquiera lo es por su supuesto valor simbólico, pues todo barrio tiene a su loco que abjura de Dios desde una esquina... No, la cuestión es que los fanáticos de la religión a la que supuestamente odia Jones no acaban de entender que la mejor manera de enfrentarse al personaje sería simplemente olvidarse de él y ningunear sus patochadas.

Temo que a un Hitler le dé por apilar libros en una hoguera de Alexander Platz para quemarlos porque lo que han pretendido siempre este tipo de inquisidores es protegernos de dichos libros, un poco como sucede con los bomberos de Fahrenheit 451, aquel relato futurista de Ray Bradbury que Truffaut convirtió en un atractivo film y que advertía contra el riesgo de que un estado totalitario se cebara con los libros por miedo a la libertad de criterios. Pero no es este el caso, lo que pretende este Torquemada de opera bufa es simplemente adquirir notoriedad, satisfacer su vanidad haciendo ver que está llamado a una misión redentora y que es dueño de un enorme poder, hasta el punto de tener poco menos que a su disposición a importantes líderes políticos, los cuales no cesan de advertirle del daño que puede hacer con esta provocación hacia el terrorismo islamista.

Me resulta difícil entender que alguien se ofenda porque otro queme un libro, sea el que sea. Si mi vecino se dispusiera a echar a la hoguera un libro de Umberto Eco, le diría que me lo regalara a mí, pero no sentiría que se me estaba hiriendo u ofendiendo con ello. Si yo fuera religioso, dudo que la quema de un libro sagrado me provocara deseos asesinos, salvo que pensara que Dios efectivamente se duele con las brasas de la hoguera montada por algún fantoche, lo cual por cierto revelaría una imagen bastante disminuida de dicho Dios. En todo caso sentiría lástima por el incinerador, pero poco más.

¿Cómo alguien puede pensar que -cita textual de Jones- "el islam es el diablo"? No, no es esta la pregunta correcta. La pregunta es más bien, ¿por qué tantas líneas para este bufón? Por cierto, es cuestión de días, si no de horas que empecemos a enterarnos de que se queman coranes por aquí y por allá. Al tiempo.

Friday, September 03, 2010








Y ENCIMA DIOS NO EXISTE







Dios no existe. Lo acaba de decir Stephen Hawking, que estarán de acuerdo conmigo en que no es un cualquiera. Se trata de una de los científicos más afamados del planeta, y su prestigio está acreditado por haber atado algunos de los cabos más intrincados de la Teoría del Big Bang, por haber aparecido en la serie Los Simpsons y, sobre todo, porque parece que, a pesar de padecer ELA (esclerosis lateral amiotrófica), fue capaz según la prensa sensacionalista de engañar a su cónyuge con otra mujer, lo cual supera las mayores genialidades de Arquímedes, que incendió las naves romanas que asaltaban Siracusa con un ingenioso juego de espejos, de Vladimir Nebokhov, un sabio ruso que en 1954 consiguió a posta que naciera un perro de dos cabezas, o el genio injustamente olvidado que inventó el turrón de petas zetas . Por si Hawking no les convence para abandonar la fe, puedo decirles que hay otras celebridades del mundo del espectáculo que están en su misma sintonía, como Fidel Castro y Bill Clinton, por no hablar de algún procer de la derecha española, como Pedro J.Ramírez, que lleva años sin acudir al confesionario y no parece tener cargo de conciencia.








Hay quien sin embargo no está dispuesto a conceder crédito al autor de Historia del tiempo. A estos les parece que todo lo que cuenta el físico sobre la clausura de la lógica del espacio y del tiempo en los agujeros negros no es mucho más que una especulación que permite a los charlatanes inventar estrafalarias aventuras sobre viajes al futuro, lo cual mola mucho, ya que permite ganar pasta o, en su defecto, atraer la atención en las cenas de empresa. (Hay quien incluso ha llegado a llevarse a la cama a una compañera de trabajo tras impresionarla con las teorías de Hawking sobre los "agujeros de gusano", que es algo que suena muy bien pero que nadie entiende) Afirman que se trata de un científico "demasiado mediático", a lo que yo añadiría la sospecha de que está resentido con los curas porque no le han dejado casarse con su nueva mujer por la Iglesia, que es una cosa que hace ilusión incluso a los genios de la cosmología.


A mí todo esto me recuerda un poco a aquello que dijo el Vaticano hace unos años de que el limbo no existe. Vamos, que cerraban un chiringuito abierto durante siglos y dejaban a sus habitantes sin ninguna explicación... así, en la calle, sin finiquito ni nada. A mí, la verdad, eso de que gente como Platón o Séneca no pudieran ingresar en el Cielo por la mala suerte de haber nacido antes que Cristo siempre me pareció una injusticia, pues resulta que si por ejemplo al Carnicero de Rostock le daba por confesar sus pecados un par de segunditos antes de morir, entonces igual encontraba sitio a la diestra de Dios Padre, mientras que Sócrates ya podía hacer obras de caridad por los barrios chungos de Atenas que nadie se lo iba a tomar en cuenta. "Bueno, pero al menos los del limbo no van al infierno", me dirá un partidario. Sí, querido, pero ahora lo cerráis y ¿qué pasa con toda esta gente? Porque de ingresarlos definitivamente en el cielo o -¿qué menos?- hacerlos bedeles ni hablemos, claro.

Hay otro problema, y es que este tipo de estrépitos periodísticamente tan suculentos me arruinan algunas clases de Ética. Una mañana, explicando a mis chicos la diferencia entre la noticia y la opinión, y entre la labor periodística y la científica, pregunté si les sorprendería que un día un diario apareciera en portada con un titular del tipo: "Se descubre que los homosexuales no son malvados". Intento hacerles ver en estos casos que, si bien la ciencia viene muy bien para clonar ovejas y prevenir el sarampión, es mejor no esperar que saquen de las probetas de un laboratorio la respuesta definitiva a la cuestión de cómo hacer un mundo más decente o si Héctor merecía algo mejor que lo que le ofreció el bárbaro de Aquiles. Hawking, al conseguir que los tabloides nos desayunen con la frase del momento -algo así como "Dios sobra"- me acaba de reventar el argumento. Por lo visto, se puede llegar a conclusiones definitivas sobre cuestiones de fe tras una investigación sobre las elipses planetarias, de manera que debemos esperar que próximas investigaciones sobre la fusión fría o sobre los agentes microbianos de la Antártida resuelvan el problema de si es un pecado practicar el sexo oral o basta con desearlo, cuestión sumamente seria y que antes te resolvía el sacerdote.






La celeridad con la que influyentes líderes religiosos han cargado contra Hawking justifica mi sospecha de que el caballero ha dado en el clavo con sus declaraciones, si es que lo que pretendía era montar lío, algo que por cierto entiendo muy bien cuando uno se aburre tanto si poder moverse sobre una silla de ruedas. Dado que se le atribuye condición de tipo listo, presumo que muchos fieles acudirán angustiados a las parroquias para que su Pastor les tranquilice y, de paso, para exigirles que hagan pública la indignación de los distintos rebaños de la fe. Así, hemos escuchado ya las críticas airadas del Arzobispo de Canterbury, además de algún imam por parte islámica, y, para no ser menos, algún importante rabino por la comunidad hebrea (Lo cual alimenta mi sospecha de que los jefazos de los grandes credos monoteístas fingen estar peleados para disimular que tienen un contubernio cuyo fin es amargarnos la vida lo más posible a todos)




He de reconocer, sin embargo, que en estos asuntos andan bastante más puestos que el caballero de los agujeros de gusano. No pretendo que un científico no pueda opinar sobre materias religiosas. Lo que no termino de tragarme es que sus últimas observaciones de las criaturas celestes valgan para confirmar la teoría de que el universo puede muy bien arreglárselas sin Dios, que es por cierto lo contrario de lo que el interfecto dijo hace unos años, cuando afirmó que la Física del momento "no hace descartable la presencia de una inteligencia creadora". A mí me pareció aquella afirmación tan gratuita como si hubiera dicho que Clinton no debería haber aprovechado el Despacho Oval para hacer gorrinaditas o que Villa juega mejor en el centro que en la banda, pero, desde que Newton aseguró aquello de que la Gravitación Universal era la prueba fehaciente de que existe un diseño original inteligente, parece que a los grandes físicos hay que pedirles su opinión sobre estas cosas tan trascendentes.

El caso es que a mí no me hace falta Hawking para seguir sumergido en mi triste escepticismo religioso. Suelo decir que perdí la fe el día que, tras varios padrenuestros en el wc del bar a escondidas de mis amigotes, vi a Oliver Kahn -portero del Bayern Munich- pararle aquel penalty al Valencia en la final de la Champions. Quizá no fue la mano de Kahn sino la del Supremo Hacedor la que frenó aquel balón para castigarme por las fechorías cometidas, pero me asalta la sospecha de que la cosa hubiera sido distinta si Pellegrino hubiera lanzado un poco más a la esquinita... Y ahora yo ya no tendría esta cara de amargado que se me ha quedado desde entonces. Pero no es cierto, lo que ocurre es que nunca me tragué aquello de la Cruz y la Resurrección que me contaba el Padre Pacual en el cole porque siempre me sonó a cuento chino. Y en cualquier caso, aquello de que los Reyes eran los padres, joder, aquello si que fue un trauma de verdad que me previno contra este tipo de decepciones. No necesito saber que los movimientos estelares hacen "innecesaria y redundante", como dice Hawking- "la presencia de un Creador". Yo no he creído jamás en Dios porque siempre he tenido la sensación de que no tenemos salvación.






No es nada personal. Es cierto que el mundo de la fe está repleto de gilipollas, manipuladores, indeseables y, sobre todo, de fanáticos. Pero, tranquilos, entre los ateos conozco también bastantes majaderos. (Todo sea dicho, desde tiempos inmemoriales se mata y tortura más gente, se silencian más voces y se queman más bibliotecas en nombre de la existencia de algún dios que de su inexistencia, pero esa es otra historia) En realidad, es que a mí me gustaría creer. Entiéndanme, me pasa como con ser gay, que me gustaría serlo pero no me sale. Sería acaso más feliz siendo gay y creyendo que hay un Dios cuidando del ganado y asegurando que todo este embrollo de la vida y la muerte tiene un sentido predefinido y que mi presencia aquí se justifica para algo... y eso por no hablar de mis sensaciones respecto a la evidencia de que tras la muerte no hay más que la nada. Es, ciertamente, una convicción un tanto escandalosa, no crean si son ustedes religiosos que los ateos somos de piedra. A mí, por ejemplo, la perspectiva de que mis mayores desaparezcan y no me guarden un lugar en Walhalla para poder encontrarme un día con ellos no solo me parece desagradable, es que me atrevo a calificarla indignado como una inmensa cabronada. El problema es que también me pareció una cabronada que los Reyes Magos no existieran y no por eso pienso que lo que me contó un día al respecto mi hermano mayor -que siempre fue algo aguafiestas, por cierto- fuera una mentira.

Claro que, quizá, después de todo, sí que haya un dios y esté riéndose un poquito de las tontadas de Hawking. Acaso sea indulgente con él, pobre, e incluso conmigo, que le respeto lo suficiente como para saber que -aunque no exista- si existiera, desde luego que no sería un necio. No creo que puedan decir lo mismo muchos creyentes que conozco. Por ejemplo, fíjense en la convicción con la que dirigentes demócrata-cristianos aumentan su popularidad exigiendo la expulsión de los gitanos (un horroroso asunto repleto de ecos bíblicos), llenando con más pinchos las vallas que separan a Europa de los pobres o lanzando guerras contra países que supuestamente albergan terroristas cuando lo que fundamentalmente albergan es miseria. No creo en Cristo, ya ven, pero pienso que si me lo encontrara en el check-in de un aeropuerto o en la cola del mercadona lo reconocería antes que tantos y tantos meapilas que se dan golpes en el pecho los domingos y se olvidan de que lo que Dios les pide es que no le peguen a su mujer, no financien las minas anti-persona o, simplemente, no dejen que su perro orine justo bajo mi balcón.







Tampoco creo en Stephen Hawking, desde luego. Creo simplemente que su actual mujer tiene caprichos caros y que este lío le va a venir muy bien para vender el próximo libro porque, amigos, no hay dios tan poderoso como el Señor Dinero, un dios que moviliza con la misma facilidad a papistas y a apóstatas. El hecho de que, al lado de la propuesta de abandono de la religión, sitúe a la Filosofía, que al parecer habría de ser sustituida también por la fe en los científicos como él, demuestra que Hawking no solo no entiende que la Filosofía y la Religión son cosas muy distintas -yo diría que contrarias- sino que tampoco las preocupaciones que gobiernan la aventura filosófica se agotan en las que se plantean los físicos. Claro que sería mucho pedirle al caballero que entendieran tantas sutilezas cuando su especialidad es la cosmología o, por lo menos, el marketing literario.


Volviendo al tema de Dios y la evidencia de que nos abandona -y hace bien, ya lo creo, porque somos insufribles-, se me ocurre una última reflexión. Que no haya nada allá arriba supone que Hitler, BarbaAzul y Stalin no tendrán mejor ni peor suerte tras abandonar su cuerpo mortal que, por ejemplo, la Madre Teresa, lo cual es, ciertamente, desolador. No habrá premio ni castigo de postgrado, digámoslo así, como -insisto- siempre hemos sospechado sin necesitar al tonto de Hawking diciendo memeces. Con los tipos que he nombrado, como ya están muertos, no va a poderse hacer nada. La propuesta sería entonces ir contra los malvados mientras están vivos, es decir, desde ya: ¿qué les parece?