Wednesday, October 29, 2008




CAMBIO CLIMÁTICO





La historia de la ciencia es tan antigua como la del poder… y como la de la estupidez.

Cuando Edison presentó su fonógrafo en una convención de sabios, uno de los ilustres, en el momento en que el aparatito empezó a demostrar sus capacidades, gritó desde el fondo de la sala: “¡Farsante, no seremos víctimas de un ventrílocuo!” Claro que, en ese caso, el impostor no fue el entusiasta inventor, sino el oligarca de los círculos del saber establecido que confundió la exigencia del rigor y la seriedad con el dogmatismo y la cerrazón de mente.

Wegener, por ejemplo, se pasó la vida tragándose insultos y agresiones de todo tipo por la osadía y la tenacidad con la que insistió en convencer a los científicos de su tiempo de la teoría de la deriva continental. Los avances que la cartografía venía registrando desde dos siglos antes daban a entender que su presunción de que los perfiles continentales encajaban no era ni mucho menos descabellada. Además, los estudios de Taylor, que demostraba la afinidad entre los materiales rocosos de las costas de América y Africa, apoyaban la infinidad de datos empíricos de índole geofísica, paleontológica o climática con los que Wegener trató de probar su teoría. Murió entre los hielos de Groenlandia, tras una serie de incursiones imprudentes, determinadas por el afán de saber, cuando todavía resonaban en su cerebro acusaciones como la de “conducta inmoral” recibidas por su insistencia en sostener y propagar sus delirantes concepciones. Eppur si muove, dijo en sordina Galileo tres siglos antes cuando su túnica ya había empezado a oler a chamusquina. Pues sí, los continentes se mueven, qué putada, sobre todo para todos aquellos sátrapas con poder en la comunidad científica cuya visión del mundo, por ejemplo en geología, los convirtió en reliquias de un modelo de conocimiento en desuso y destinado al olvido.

“La teoría de la deriva continental es un cuento de hadas. Una fantasía fascinante que ha cautivado la imaginación de mucha gente.” Esto lo dijo un tal Bailey Mills, prestigioso geólogo americano… ¿Saben en qué año? 1943… Y Willumssen, acompañante de Wegener en Groenlandia y cuyo cuerpo nunca fue hallado, se agitó furibundo en su tumba entre los hielos.

No me resulta nada placentero referirme al ex-Presidente del Gobierno José María Aznar, ya que el personaje me resulta insignificante y sus opiniones en cuestiones intelectuales son las propias de un indocumentado. Sentí vergüenza ajena el día en que, con el asunto de Al Qaeda como transfondo, habló en cierta prestigiosa universidad americana sobre “los moros que invadieron España” con el mismo acento paleto que se le pone cada vez que visita a Bush en su rancho de Texas. En estos días, nuestro amigo se ha descolgado revelando su posición negacionista respecto al cambio climático. Es curioso que los actuales dirigentes del PP se hayan desmarcado de tales posicionamientos, pues hace algunos meses, en plena campaña electoral, Rajoy echó mano de la autoridad de su primo –al parecer muy versado en estos asuntos- para ironizar sobre el alarmismo de las teorías en cuestión.

El primer posicionamiento de esa índole que recuerdo es de hace cerca de una década, cuando el tema de la contaminación atmosférica y las estadísticas referentes a subidas de temperaturas medias y a perturbaciones en las grandes corrientes oceánicas empezaba a plantear la hipótesis de un calentamiento global del planeta. Un veterano “Hombre del Tiempo” de la televisión franquista visitó la escuela para ilustrar a los niños en meteorología. Preguntado sobre el asunto, echó por tierra la polémica aprovechando para fustigar a los ecologistas con el argumento de que cuando un bosque se quema y se construye en los terrenos “los dueños de los chalets plantan árboles que sustituyen a los bosques que había”… a lo que añadió sin cortarse un duro que “la acumulación de sustancias contaminantes en la atmósfera dejaría sentir sus negativos efectos no antes de varios miles de años”. Y como dice mi madre en estos casos: “a vivir, y a comer pasteles.” Era un señor con bigote que salía en la tele años ha y algunos se convencieron de que podemos seguir haciendo todas las marranadas que nos apetezca que cuando el planeta se dé por enterado no quedarán sino las cucarachas o las bacterias.

Por lo general, estas formas de oscurantismo se alimentan de una imagen esperpéntica del ecologismo como un grupo de melenudos histéricos que lloran cuando matan a las focas en el Ártico y se lavan la cara por las mañanas con mierda de vaca para no gastar agua. Si conociéramos el currículum de quienes dirigen asociaciones con un historial tan admirable como Greenpeace, probablemente agrandaríamos la mueca de desprecio ante este tipo de intervenciones. No están en el fondo muy alejadas de las de aquel sargento chusquero y con bigote que dirigía la instrucción en el cuartel donde mi padre hizo la mili. El día en que les enseñó a disparar el dichoso cetme, iluminó a los reclutas con su visión sobre “la teoría del tal Newton que tanto se creen últimamente” (pese a haber sido enunciada en el XVII, hablaba de la teoría en cuestión como si se tratara de una moda reciente): “Vean ustedes, cuando disparo la bala termina cayendo… ¿Creen ustedes que lo hace por la gravedad esa? Pues no, señores, la bala cae por su propio peso” Y ahí quedó el tipo con sus santos huevos, gallardo y orgulloso mientras los quintos sudaban al sol del mediodía.

Me llama la atención la costumbre que tiene la derecha de buscar en sus oponentes los vicios de los que siempre –con razón- se les ha acusado a ellos. En su lejana juventud, Aznar se sintió muy cómodo con el franquismo, régimen de gobierno caracterizado, como toda dictadura, por mantener el miedo en el cuerpo de cualquiera que tuviera ganas de disentir del poder. Muchos como él, y en general la mayoría de los votantes veteranos del PP, han necesitado décadas de aprendizaje para darse cuenta de que la democracia no está tan mal –otros lo sabían antes, y por eso lucharon contra Franco-, pero les ha quedado la manía de advertir síntomas liberticidas en todos los que no comparten sus opiniones. Con cierta amargura, Aznar denuncia el espíritu inquisidor con el que los defensores del cambio climático persiguen y excomulgan a quienes dudan de la evidencia de dicha teoría. Probablemente haya entre los expertos en cambio climático algunas actitudes dogmáticas y poco dadas al debate. Pero, qué quieren que les diga, he encontrado a lo largo de mi vida muchos más inquisidores fuera del mundo de la ciencia que dentro de ella. Y los he encontrado sobre todo en ámbitos ideológicos ultraconservadores y ultracatólicos donde el matrimonio Aznar nada como pez en el agua.

En cualquier caso, el ilustre conferenciante, puestos a buscar la paja en el ojo ajeno, hubiera podido referirse al espíritu inquisidor de las viejas dictaduras del telón de acero, más en concreto de la de Stalin. Un biólogo llamado Lyssenko, hizo fortuna en la Unión Soviética como defensor de concepciones evolucionistas de corte lamarckiano, ya totalmente superadas por las de Darwin, lo que retrasó durante décadas el avance soviético en biología. La concepción de Lyssenko fue protegida y difundida en las escuelas del país debido a su amistad con Stalin y al hecho de que al dictador le parecían más adecuadas a la ideología del Partido Comunista que las defendidas por el darwinismo, que al parecer le sonaban mucho a “pro-capitalistas”. Ya lo ve, señor Aznar, los rojos también tienen cadáveres en el armario cuando de poner la ciencia al servicio de los intereses políticos se trata.

Dado que no me considero suficientemente documentado en esta materia, no seré yo quien aporte aquí argumentos a favor de la teoría del cambio climático. Sí tengo algunas intuiciones, empezando por la de que nunca se ha acumulado tanto dióxido de carbono en la atmósfera. La explicación que los divulgadores dan respecto a los efectos de tal fenómeno y su incidencia en el clima y, por tanto, en el equilibrio medioambiental, son perfectamente entendibles para cualquier crío de 4º de la ESO. Ahora bien, quizá Greenpeace y Al Gore nos manipulan a todos. Yo, sin embargo, tengo otras sospechas. Por ejemplo la de que muchas grandes empresas y, por qué no decirlo, grandes Estados, están especialmente interesados en pagar a personajes destacados para propagar la idea de que el cambio climático es un invento de cuatro profetas locos. De esa manera, la sociedad tardará más tiempo en obligar a los contaminadores a cargar con la responsabilidad de pagar por los males que causan sus sucias prácticas, desde los vertidos al mar y a la atmósfera, hasta el asfaltado abusivo de territorios, pasando por la tala intensiva de árboles o la sobreexplotación de recursos naturales. Y hasta que eso llegue, los beneficios de no pagar por ensuciar ya estarán a buen recaudo en los paraísos fiscales correspondientes. También alimento la sospecha de que, en el fondo, a la gente nos resulta más cómodo pensar que nuestros hábitos de consumo no tienen ninguna incidencia sobre la salud de este planeta que tan generosamente nos alberga. En todo caso, siempre puedo echarle la culpa a las grandes empresas del desastre mientras yo voy en pleno invierno en calzoncillos gracias a la potente calefacción que me he instalado en casa. El mensaje ecologista consiste precisamente en eso, en recordarnos que todos tenemos una responsabilidad para con nuestro entorno.



Tengo una vecina que se queja de que los perros del vecindario vienen a cagarse en la pequeña parcela de tierra que hay en torno a un hermoso árbol junto al patio del edificio. Me dijo que habría que asfaltar la parcela y talar el árbol, pero que los ecologistas se oponían: “a mí es que me caen muy mal los ecologistas”. Sí que son cabrones, sí, no quieren talar el único árbol que queda en la zona. Yo, personalmente, prefiero echarles la culpa a los indeseables que llevan a los perros a cagar en mi casa y no en la suya, a los cuales por cierto no se les ocurre activar la bolsita correspondiente para que la cosa no se quedé a unos metros de mi balcón toda la noche, como viene pasándome desde que llegué a este barrio. A Aznar también le caen mal los ecologistas. Seguro que si tiene perro lo envía a cagar a mi casa… la culpa es del árbol.

“Seguir discutiendo sobre esa fantástica teoría es perder el tiempo y confundir las mentes de los estudiosos”. Esto también lo dijo el ínclito Bayley Mills sobre Wegener y su teoría de la deriva continental. ¿No les suena?

Wednesday, October 22, 2008





BOLONIA

Mis alumnos no asistieron hoy a clase. Lo hicieron como Dios manda, quizá incluso demasiado como Dios manda. Recibieron a un enlace sindical que les explicó los motivos de esta movilización, solicitaron los permisos paternos correspondientes para abandonar el centro haciendo uso del derecho de huelga, y hoy, simplemente, se ausentaron.

El motivo fundamental de su protesta es la aplicación del Plan de Bolonia a las universidades españolas. Teniendo en cuenta que dicho plan es de aplicación obligatoria en todo la Unión Europea desde 2010, no parece descabellado, muy al contrario, que sean precisamente los actuales alumnos de enseñanza secundaria o bachiller los que se manifiesten. De entrada, no comparto la alergia que algunos padres tienen ante este tipo de situaciones. El “tú te vas a clase” por sistema, presuponiendo que toda movilización es una pura insolencia y que los chicos no saben bien porque se manifiestan, de manera que utilizan la huelga como una excusa para tomarse un día de fiesta, parte de la premisa equivocada de que el único lugar donde transcurre la vida escolar es el centro físico de la vida académica. No pretendo convencer a nadie de que la calle es también una escuela, pues se trata de una obviedad que ustedes conocen de sobra, en todo caso creo que la huelga y la consiguiente manifestación es una manera de que la escuela se extienda a las calles, y no nada mejor puede ocurrirle a estos centros en que transcurre la vida académica, convertidos desde hace años en hermosos y tecnologizados centros de detención donde mantenemos confinados a los alumnos sin poder salir ni a comprar bollycaos, sin que nosotros mismos, los “docentes”, sepamos tampoco a ciencia cierta si somos encargados de guardería o carceleros… nada en cualquier caso que suene bien si nos olvidamos de toda la jerigonza pedagógica que disfraza de ultramodernidad lo que no es sino un complejo y siniestro dispositivo de poder cuya lógica y cuyos objetivos tan solo empezamos a vislumbrar.

Los alumnos tienen razón cuando protestan. No saben bien el porqué, pero tampoco saben muy bien por qué están en el Instituto o por qué escogerán tales o cuáles estudios futuros. El modelo de sociedad que presume de basarse en la información se alimenta justamente de la ignorancia en que se mantiene a los ciudadanos respecto a los fines generales de las instituciones en que transcurren sus vidas y, supuestamente, proyectan su futuro. Hasta el más “ACI” (alumno con dificultades de aprendizaje y necesidad de adaptaciones curriculares específicas) de mis niños sabe manejarse con un ordenador más hábilmente que yo. Las respuestas que dan a cualquier pregunta que les haga sobre sus vidas o sobre lo que sucede en su entorno vital inmediato demuestra que son por lo general despiertos e inteligentes. Ni siquiera estoy ya demasiado seguro de que sean tan indolentes o amorales como a veces se dice… en todo caso, si exhiben con frecuencia desmotivación o cierta impermeabilidad a la disciplina o reconocimiento de la autoridad es porque nunca se les ha explicado correctamente qué demonios hacen en un pupitre. Y eso, créanme, desmotiva mucho.

Por si acaso, trataré de ayudarles a encontrar motivos a su legítima inquietud. (Tengo la impresión desde hace mucho que cuando la gente sale a la calle a gritar no es tanto por chulería como más bien porque tiene miedo, a veces no sabiendo muy bien de qué, pero de algo que, en cualquier caso, se intuye que merece ser temido)

De entrada, el Plan de Bolonia tiene el defecto de que, como ya sucedió con las grandes leyes educativas españolas de los ochenta, ha sido gestada por brillantísimos especialistas, pero sin contar con quienes van a sufrirla a pie de obra, docentes y alumnos, cuya opinión en estos casos suele ser considerada más que nada como un estorbo. Bolonia es pues algo que “os van a hacer”… y ante ello, salir a la calle es no solo legítimo sino estrictamente necesario… se trata de algo tan simple como recordarles a los mandarines europeos aquello de “aquí estoy yo”.

Me he empollado el Plan de Bolonia. Si lo he entendido bien, lo que se proyecta es una verdadera revolución en las universidades europeas. Por más que a veces nos cuente entenderlo, cualquier historiador sabe que las universidades apenas han cambiado su modelo de funcionamiento en cinco siglos. Bolonia, si se aplicara en todas sus consecuencias, supone sacarlas de la Edad Media, así de tremendo es el asunto.

¿Quieren que concrete? Adiós a las clases magistrales por sistema –su relevancia pasa a ser menor en el currículum-, adiós por consiguiente a la lógica de los apuntes. Lo que habita en este trasfondo es el propósito de rentabilizar de verdad las nuevas tecnologías, no ya para hacer más fácil y rápido lo mismo de siempre, sino para hacer otra cosa. La universidad abierta y permanente deja ahora de ser un concepto residual y entramos en la era del aula virtual. Las implicaciones se abren al infinito: yo podré recibir clases a la hora que me convenga, el bilingüismo -e incluso el trilingüismo- se convertirá en práctica cotidiana, completaré mi currículum con clases de un profesor de la Sorbona que me gusta y se me examinará al respecto, las famosas becas Erasmus, que posibilitan el intercambio de alumnos entre países dejarán de ser una práctica presente para convertirse en poco menos que una obligación, las facultades se verán obligadas a dotarse de cursos de postgrado que financiarán las empresas interesadas, lo cual obligará a los departamentos –si no quieren ahogarse por falta de financiación- a garantizar el vínculo entre sus titulaciones y el mercado laboral, habrá empresas o particulares –es decir, cualquiera- que podrá ofertar cursos y aspirar a obtener financiación… Y esto es solo lo más llamativo, pero suficiente para hacernos idea del torbellino que se acerca, del que solo hemos empezado a despeinarnos con sus primeros aires y que amenaza con derribar a su paso a todo aquel que no tenga la capacidad de adaptación suficiente.

Mi conclusión es sencilla. La Universidad va a dejar de ser el estudio superior por excelencia de la élite de la sociedad, o incluso de la masa, como ya había empezado a ser, y pasa a convertirse en otra cosa que probablemente está por definir. Lo que sí alcanzo a intuir es que se traza a sí misma la obligación de atender a una demanda mucho más heterogénea y compleja. Así, un profesor podrá estar impartiendo su asignatura a un adulto, a un extranjero incapaz de hablar fluidamente las dos lenguas locales, a una persona que está pero no asiste, a uno que trabaja en un burger pero asiste cumplidamente a las tutorías, a un chico que vive en Venezuela y al que ha visto a través de una web cam… Una universidad en suma más flexible capaz de acomodarse a un entorno social de creciente complejidad, la complejidad propia de una sociedad globalizada, tecnológica y dominada por la sofisticada lógica del tardocapitalismo.

¿Les suena bien? A mí hace tiempo que no dejaron de ilusionarme estos saltos hacia la modernidad, tanto como resultan las píldoras que dicen garantizar la felicidad o aquel champú que acababa con la calvicie y te agrandaba además el pene. Si ustedes conocen bien la universidad española, seguramente ya intuyen que el motivo de mi escepticismo no es el Plan Bolonia en sí, sino la imposibilidad de aplicar su espíritu a un entorno ecológico tan peculiar como es el de nuestros estudios superiores. Algún genio decidió un día que la introducción de los conejos en Australia garantizaría un futuro de prosperidad y sin hambre para los nuevos pobladores del continente… y ya saben ustedes lo que pasó.

Les cuento una pequeña historia. Un amigo llegó recientemente a una escuela categorizada como de Innovación Tecnológica. Qué guay. Niños que han crecido en el aula con un portátil individual desde los cinco años. Impresionante dotación tecnológica y premio de no sé qué Consejería cada año, con las consiguiente prebendas para quienes dirigen el centro, especialmente interesados en que profesores como mi amigo, que da Lengua Española, continúe en el aula con críos que se niegan en redondo a coger un bolígrafo y un papel. El curso empezó el quince de septiembre… hasta hace unos días los ordenadores del centro no funcionaban. Ni uno. Todos estaban infectados por virus que ni los encargados del centro ni la empresa a la que le entregaban los artefactos enfermos sabían cómo curar. Mi amigo, antes de caer en la desesperación o suicidarse viendo cómo los niños ven pasar inútilmente las horas sin hacer nada, se ha planteado enseñarles a escribir, pero como ya les digo se muestran refractarios. Le he aconsejado que los saqué del aula y les enseñé a andar, pues es posible que no sepan. Cabe la esperanza de que por fin alguien mate a los bichitos y vuelvan a funcionar los ordenadores. Así, al final de curso, otro premio de Innovación Tecnológica.

Manifiéstate, aunque a tus padres no les guste.

Friday, October 17, 2008






EL POLÍTICO






En una ocasión, un profesor gritó en un claustro de los docentes del centro que la "educación es una mentira". Él era un magnífico educador, un profesor de Dibujo como no he conocido, capaz de poner a pintar a alumnos "extremos" o de conducta predelincuencial, capaz de ponerse en pelotas delante de algún conseller para exigirle que le pusieran una fuente de agua en el aula para que los chicos pudieran usar acuarelas. No es por tanto que estuviera en contra de "educar", lo que lamentaba a berridos es que la sociedad se sintiera confortada con el nombre de "instituciones educativas" que otorga a sus escuelas, presuponiendo que tales lugares cumplen la función históricamente encomendada, cuando en realidad lo que en ellos ocurre es algo que, en muchos casos, tiene bien poco que ver con lo que es educar a la gente.


Las razones por las cuales suscribo en parte esta opinión tan pesimista son profundas y tienen que ver con mi propia biografía, pero necesitaría escribir varios volúmenes para explicarlas. En este espacio me limitaré a acordarme de los altos gestores, los políticos, y más en concreto, los que presuntamente se dedican a gobernar la enseñanza, que son los primeros de los cuales deberíamos desconfiar.


Gobierna los destinos educativos de la Comunidad Valenciana un tal Font de Mora. Los méritos que contiene el currículum de este personaje tan estrafalario para alcanzar tan alto cargo me son ajenos, en cualquier caso me parece un gestor torpe, incompetente, irresponsable y con preocupantes síntomas de perturbación mental. No pasaría de tipo gris y olvidable, cuyo futuro habría de perderse en algún carguito en Madrid de esos con los que se agradecen a un esbirro los servicios prestados, de no ser porque ha conseguido salta a la fama por sus derivas pirómanas.





Lo de obligar a los Institutos a impartir la Ciudadanía en inglés puede ser una simple ocurrencia de un momento festivo, o puede ser una de esas genialidades que a un destarifado le da por decir en algún brain storming y que, con justa prudencia, el superior le espeta "cállate y deja de decir sandeces, tonto del culo..." El problema llega cuando al superior le da por decir aquello de "uy, no parece mala idea", y el tonto del culo se convierte poco menos que en gurú de la tribu. No es difícil imaginar lo que hay en la cabeza de quienes perpetran este mamarracho: hacerle la pelota a Rajoy, así de claro y de sencillo. Recuerdenlo: empujado por los sectores más reaccionarios del país, el PP cargó de forma inmisericorde contra el proyecto, amparado en una de esas mentiras que, por tanto repetirse -lo he visto otras veces- termina convirtiéndose en verdad para muchos: la de que el currículum de la asignatura tramada por el gobierno socialista constituía una apología de la homosexualidad, el comunismo, el aborto y demás espantajos de la tradición conservadora. Tal cosa no era verdad ni siquiera en la primera redacción de la ley; después los especialistas designados por el gobierno limaron las aristas del temario, eliminaron aquellos aspectos que podrían resultar más polémicos... lo volvieron light, lo desbravaron, demostrando una vez más lo profundamente cobarde que es la social-democracia española cada vez que se topa con la Iglesia. No consiguieron nada, la derecha siguió dando leña al mono y convirtiendo este tema menor en poco menos que el centro de su agenda... No estoy seguro de que tal cosa sentara mal del todo al gobierno del PSOE; a fin de cuentas le serviría para ocultar el horrísono fracaso que constituye su política educativa, fracaso que comparte a medias con la mayoría de las consejerías autonómicas, las cuales tienen transferidas las competencias correspondientes... Vieja estrategia, levantamos humo donde no está la batalla y con ello desvíamos la atención... eso sí, donde decidamos pelearnos por una minucia las hostias no sabrán a miel de la Alcarria.





La traducción autonómica valenciana del asunto no me deja lugar a ninguna duda: Font de Mora pretendía hacerse el gracioso. "¿Quieres Ciudadanía no, Zapatero?, pues ahora verás". Qué tipo tan pillo, que diabólica visión política, una obra maestra de quien ahora mismo, es más objeto de burla que de odio por la comunidad educativa. No hay controversia más antigua en la historia de la filosofía que la que plantea la pregunta de si, en realidad, la política es un ejercicio lógico o retórico. Así, si tienen razón Sócrates y Platón, el político debe dejarse regir por el sentido desintereado del servicio a la ciudad y por el amor a un ideal de justicia universalizable; si la tienen los sofistas, entonces lo inteligente es servirse del poder para satisfacer pasiones básicas y, a partir de aquí, construir todo tipo de discurso capaz de legitimar ante el público las decisiones que se toman. Que Font de Mora se adscribe a la segunda opción me escandaliza poco. El PP valenciano es toda una cantera de cinismo político, con antecedentes tan luminosos como Zaplana o González Pons. El problema de este tipo de personajes no es que asuman tal o cual ideología más o menos reaccionaria, el problema es que no defienden sinceramente ninguna, que son capaces de encarnar cualquier disfraz precisamente porque, como el emperador, van desnudos.

Con este asunto la retórica ha funcionado a toda máquina. Y resultan patéticas las justificaciones del Gobierno Camps a la mamarrachada que han perpetrado. Primero crearon una "opción b" de la asignatura para aquellas familias que "objetaran" la Ciudadanía, como si una asignatura escolar fuera objetable. Los tribunales desbarataron tamaña barbaridad y Font de Mora se conformó con boicotear la asignatura manteniendo su impartición en inglés. Si quieren reírse ustedes pueden consultar en las hemerotecas las razones con las que se ha justificado la medida. Entre otras astracanadas, el creativo conseller ha diagnosticado que las resistencias que están surgiendo en las escuelas entre padres, docentes y alumnos se deben a la dificultad que siempre supone asumir una innovación educativa. Vamos, que es un genio avanzado, pura vanguardia, y que los comunes no llegamos a entenderle. También se ha referido a la conveniencia de convertir el inglés -lengua con más hablantes en el mundo- en un hábito que vaya más allá de la mera asignatura de inglés propiamente dicha. Estaría bien de no ser porque la manera de implementarse esta idea y el currículum del gobierno popular en Educación hacen pensar que no les interesa ni el inglés, ni los padres, ni la salud mental de los docentes, ni Cristo que lo fundó.


Querían el cariño de Rajoy y lo han conseguido. En cuanto a la comunidad escolar, menudo hatajo de pelmazos... viscosos obstáculos en la carrera política del conseller de turno. Yo, visto el tema con frialdad, creo que este tipo será olvidado por todos. Como sucede con quienes hacen el trabajo sucio, sus agradecidos superiores tendrán que conformarse con felicitarle en privado y devolverlos al anonimato, pues la imagen de este tipo de personajes queda irremisiblemente dañada para siempre.



El olvido...¿quien recuerda el nombre de aquel ministro franquista que se empeñó en cambiar el año escolar y empezarlo en enero, siguiendo el año natural? Se le echó encima el mundo entero y terminaron echándolo, pero mucha gente se acuerda de aquella genial ocurrencia. También hay quien últimamente se acuerda de aquel número del agua de Tip y Coll, donde mientras Coll explicaba como llenar el vaso, Tip lo traducía a un francés peculiar. Es más o menos lo que pasaría si los profesores cumpliéramos taxativamente la norma de impartir la asignatura con un traductor simultáneo, como rezan las instrucciones que Mora´s Fontaine envió a los Institutos. Sería divertido y los niños se lo pasarían en grande... El problema es que de pequeño me enseñaron en casa que un aula es un sitio serio y no un circo. Bye, bye, my friends.


Thursday, October 09, 2008










OCTUBRE








Bajo la amenaza de gota fría repetida insistentemente por los telediarios, tengo la ocurrencia de acudir a la playa… un largo camino por la orilla que afecta fuertemente a mi estado de ánimo y me convence de algunas cosas que ya sospechaba. Nubes de tormenta acechan con aire de amenaza, aunque para saber eso no hace falta salir de la ciudad, es algo que advertimos en tiempos de crisis tan solo con mirar la cara de la gente, literalmente acojonada por la sensación de que la fiesta de la abundancia –sin la cual no estamos seguros de saber muy bien cómo vivir- podría acabarse. Declina el verano de la bonanza, los bancos y los especuladores se han vuelto comunistas y piden al Estado que nacionalice la banca, y la gente se da cuenta de que una hipoteca es una soga que cuando anda suelta te deja vivir sin apreturas, pero cuando se pone cabrona le da por asfixiarte.

La playa es la vida, como dijo Jack Kerouac de la carretera. Bajo el ligero viento frío y las nubes de tormenta solo deambulan por la orilla los cangrejos que, libres al fin de repugnantes niños que destripan a todo lo que tenga vida, desovan sin más vigilancia depredadora que la de alguna bandada de estorninos. Sigo el camino que marca la orilla… a izquierda apenas un pequeño barco de pescador, a derecha la línea interminable de edificios para quienes entendieron que tenían derecho a una segunda residencia en primera línea de playa. El salitre carcome el hormigón de los bloques y el hierro de los ventanales… alguna duna insolente se atreve a escamparse por el paseo marítimo. El invierno va acercándose sin delicadeza, pero el mundo quiere que no haya invierno en la playa… basta con olvidarla durante el reinado del frío.

Sigo el camino, un pescador tiene sentado en las rodillas a su hijo. Le enseña cómo funciona una caña. Más adelante, en el colmo de la soledad, una mujer sentada sobre una silla de playa y tapada con una manta lee un libro. Quizá sea una persona lo suficientemente relajada y fuerte como para hacer lo que le viene en gana sin necesitar a nadie, pero a mí más bien me parece una de esas mujeres dañadas por el abandono y el fracaso que retrataba Hopper en sus cuadros.

Los edificios, siempre los edificios vacíos… los bloques envejecidos de los años setenta que compró la clase media y que ahora se alquilan por uno o dos meses en agosto, las moles de los ochenta, gigantes acristalados con nombres que evocan la mitología marina, la estúpida serialidad de los bungalows con los que se evitó la agresividad de las alturas y se sustituyó por una forma aún peor de colonización por el asfalto. Creo firmemente que deberían derribarlos todos… Valencia ha sido siempre una puta complaciente a la que todos se follaban: los madrileños, los europeos, los senyorets de la huerta…

Pero hay algo misterioso y atrayente en esos bloques vacíos cuando llegan las tormentas del otoño. Una conocida encontró trabajo en Benicàssim. Alquiló un piso en primera línea de playa por un precio módico. Llegó, el piso era excelente, los comercios de ropa y los bares rebosaban de niños saltarines y gente feliz gastando su dinero… No pensó que estaban apurando las vacaciones. Un día después ella estaba allí viviendo pero la gente se había marchado a escape… las horas de la tarde empezaron a pasar muy lentas, a veces pasaba un tipo con pinta rara que merodeaba, nadie en los seis kilómetros que separaban aquella urbanización siniestra del pueblo… La chica no duró ni dos semanas allí.

Las apartamentos de la playa vacíos son la encarnación de la ilusión fracasada. Cada día me invade más esta sensación de perplejidad que está acabando conmigo. Precisamente porque he aprendido lo que las cosas cuestan, no llego a entender por qué las personas erigen los ídolos que erigen… se entregan a la ilusión de una segunda vivienda donde imaginan fiestas que unirán a toda la familia… No parecen temer que sus hijos les dejen allí abandonados algún día, no piensan que el verano no es más que el nombre de una ilusión, una ilusión que dura apenas unos días, antes de llegar el verano en sí mismo, cuando empieza entonces el estrés de los niños caprichosos y los atascos interminables de la vía litoral. Todos esos proyectos realizados pero insatisfactorios, la verdad del verano llega cuando entra el otoño.


Hace muchos años, caminando por unos riscos me topé con un viejo chalet de esos que se construían hace treinta años en montañas junto al mar. La casa había sido invadida por los matorrales. El argentino, así lo llamaban por la zona porque vino de Buenos Aires con idea de quedarse allí a vivir, había fabricado con sus propias manos un pequeño parque de columpios junto a la casa para sus niños. También estaban invadidos de hierbajos… Me subí sobre un pequeño balancín, estaba oxidado. El hombre murió de pronto de un infarto… su familia desapareció, nadie supo ya de ellos. Allí quedaron las ruinas de su sueño.



Hay algo temible y a la vez hermoso en las playas solitarias. No parecen estar ahí para que la lluvia y los vientos caigan sobre ella. Esa placidez rota del veraneo y los socorristas sonrientes deja ver con demasiada evidencia que lo que perseguimos con tanta ansiedad, hasta el punto de destruir todo lo que es hermoso en la tierra, son solo fantasmas que no existen. En estas circunstancias siempre me acuerdo del astronauta Taylor ante la Estatua de la Libertad semienterrada en la arena de la playa… el mar a veces nos devuelve los restos de la catástrofe que nosotros mismos provocamos.




Al verme pasar los miles de cangrejos que desovan se entierran precipitadamente en la arena. Hacen bien.