Saturday, June 28, 2008




MONTES, UN FUTBOLISTA

Permítanme la soberbia de hablar de mi familia.

Cuenta la leyenda, una de las innumerables que relatan acontecimientos sorprendentes sobre aquella estrella de los años veinte, que un anciano con muchos años de acudir a Mestalla musitó moribundo algo en la cama de un hospital. El médico se acercó para oír mejor… esperando algo así como una última voluntad, un postrero delirio de reconciliación con Dios y con el mundo, pero no iban por ahí los tiros: “Montes, regateja… Montes, regateja…”, dijo el viejo… y expiró.

Montes fue, ciertamente, una leyenda para esta ciudad. Lo sé porque a mí me llegaron los últimos ecos. Cuando era niño, mis hermanos y yo asumimos que a los ojos del mundo nosotros éramos los nietos de Montes… y mi padre era su hijo. La figura de aquel hombre excepcional se nos hizo tan alargada, que cuando de crío yo salía a jugar a un campo de futbol solo quería ser digno de la gloria que me había sido legada con el apellido del que tan orgulloso me sentía… Y me sigo sintiendo.

Cuando Augusto Milego y sus amigos fundaron el Valencia Club de Football en el Bar Torino allá por 1919, faltaba muy poco para que un chico anormalmente corpulento y de pocas palabras acudiera al campo de Algirós con un amigo que quería probar con el nuevo equipo de la ciudad. “Este no mos val, però el seu amic, eixe xic gran que s´ha quedat darrere la porteria pareix que li pega bé al baló, crida´l a vore.” Al siguiente domingo Montes debutaba de blanco y negro… muy poquito después ya era el ídolo de aquella hinchada incipiente del Valencia fundacional.
Jamás, en contra de lo que se ha dicho, se llevó mal con Cubells, con quien compartía el estrellato en el equipo. Cubells era un “siete” pequeño, bullicioso y ratonero… Montes era un “nueve” a la inglesa, grande, aguerrido, de los que no volvía la cara jamás, así se la partieran de una “pilotà” o de un codazo. Se la rompieron por cierto muchas veces, pero nunca el defensa de turno se fue de rositas… “a mi no me les fan de vades”, solía decir incluso de viejo. La falsa rivalidad de aquellos dos genios se trasladó al graderío… La polémica creció, nació el mito de la guerra civil entre “montistas” y “cubellistas” y, lejos de perjudicar al club, aquello fue más bien lo que le hizo grande. Algirós se llenaba de gente expectante por tomar partido en la polémica, se quedó pequeño… Y entonces ya no hubo más remedio que cerrar aquel patatar de poca monta y llevarse el equipo a un lugar digno de aquel club que amenazaba con hacerse grande, muy grande. Montes hizo Mestalla, solo por él y por lo que arrastraba su rivalidad con Cubells se construyó aquel teatro de los sueños que ahora los especuladores se han empeñado en destruir para hacer edificios de oficinas.
La inauguración del nuevo estadio se llevó a cabo en 1923, de día, porque aún tardó décadas en llegar la iluminación eléctrica, con un partido ante el Levante –llamado entonces Gimnástico- que el Valencia ganó por 1 a 0… Adivinen quien logró el gol, adivinen ustedes, incrédulos del mundo entero, quien marcó el primer tanto en la historia del estadio que, irremediablemente, yo asociaré para siempre con el Valencia CF así le construyan en no sé qué Avenida el mejor campo de Europa. Y después ya la leyenda… Fue Arturo Montes, el Príncipe de Benicalap, quien le marcó los cinco goles al Zette de Francia en el primer partido internacional del Valencia en la historia. Fue él quien generó un altercado de orden público cuando se negó a jugar porque tres envidiosos le silbaban… fue él quien, obligado por una hinchada enfervorizada, hubo de salir de la cama con cuarenta de fiebre para jugar un partido decisivo, marcar dos goles y volverse al “llit”.
Las lesiones y el hartazgo le retiraron a los 29 años. Salió como saldrá Albelda… peleado con unos directivos mezquinos que le doraron la píldora durante años mientras les convino… Esto es muy de la gente que viene de la huerta: un poco insolentes, un poco chulos, muy poco dispuestos a hacer el papel de siervos que los mandarines les reclaman.

Recuerdo el día en que murió en 1981. La arterioesclerosis había reducido el tamaño de su cuerpo. Allí estaba postrado su cadaver en un camarín del tanatorio. Parecía muy pequeño entonces.

Pero fue muy grande.

Sunday, June 22, 2008







CONTRA EL PSICÓPATA


No comparto en absoluto aquello del “glamour del psicópata”. Conozco personas absolutamente respetables que están fascinadas por la personalidad de Ripley, el héroe psicópata de las novelas de Patricia Highsmith, y al que no por casualidad encarnó John Malkovitch en el cine. Quizá sea porque todos llevamos un Ripley dentro, soñamos más o menos a menudo con realizar nuestras mayores ambiciones, por descabelladas que sean, e imaginamos cuál sería la manera más eficiente de ir eliminando los obstáculos que hubieran de surgirnos por el camino. En mi caso este tipo de ensoñaciones duran poco. Probablemente no tengo grandes ambiciones, o acaso las que tengo no contemplan la necesidad de otorgar a las demás personas la consideración de “obstáculos a eliminar”. Me gustaría ser más admirado y aplaudido, me gustaría que los demás –especialmente algunos de ellos- me quisieran por mi audacia o por mi talento… pero tales ambiciones presuponen la necesidad de considerar a otras personas como fines en sí mismos, una posibilidad completamente ajena al psicópata.

Etimológicamente, habría que definir psicopatía como cualquier “afección del alma”, es decir, cualquier enfermedad mental. Hoy es imprescindible sesgar el concepto, pues el psicópata se aleja en todo, por ejemplo, del esquizofrénico, caracterizado por su incapacidad para distinguir entre realidad y ficción. El esquizo vive la ruina de su identidad porque ha perdido los hilos conductores de su yo con el mundo, se ha quedado sin “distancia de seguridad” y por ello está en continuo peligro… El psicópata, no delira, no confunde lo real con lo que no lo es... muy al contrario tiene un sentido hiperbólico de lo Real, no olvida ni por un momento cuáles son sus prioridades, no pierde el rigor, no deja que nada se interponga y se pasa el día imaginando cuáles son los caminos más adecuados hacia el éxito que persigue, aunque para llegar haya que llenarlos de cadáveres.

He conocido esquizofrénicos “profundos” o en proceso. El dolor de amar y no ser amados había devastado su personalidad, pasaban de la euforia a la amargura más inconsolable en cuestión de minutos por pequeños motivos y eran capaces de abrazar una nueva religión y marcharse con el primero que pasara solo porque simulara quererlos un poquito. El psicópata no tiene esos problemas, al contrario, él es el problema para los demás. Su deficiencia es la incapacidad para experimentar empatía. No necesariamente ha de convertirse en un asesino en serie como Ripley. Conozco psicópatas para los cuales los demás son ciertamente un peligro o un obstáculo, pero son incapaces de tramar su asesinato, no por una integridad moral de la que carecen, sino por pura cobardía. Este tipo de personaje, más común de lo que pensamos, y por lo general presentable y socialmente hábil, es un absoluto idiota moral. Bien vestido y de amables maneras, con una sonrisa impostada pero perfectamente dibujada en el rostro, no atenta directamente contra nuestra seguridad, de manera que no se le puede convertir en culpable de nada, pero es un destructor potencial de la convivencia. Lo que le caracteriza, y en esto no es distinto de Ripley, es su vocación de manipulador. Al contrario que Ripley, que empieza con una vida gris y acaba instalado en un hermoso palacio veneciano –pocas cosas se me antojan más envidiables-, el psicópata medio se mueve por ambiciones absolutamente mezquinas: comodidad, no tener que tratar con gente con problemas, estar siempre lejos de las zonas calientes o conflictivas de la vida, no tener que traspasar las distancias que mantienen la profilaxis en la relación con los demás, no perder sueldo, no tener que trabajar más horas que las que marca el convenio, no tener que aguantar las lágrimas de nadie –vaya rollo- no arriesgarse, no dejarse seducir… una mierda de vida, vamos.
Hablando de Patricia Highsmith, quizá recuerden aquel personaje de “Extraños en un tren” que Hitchcock llevó al cine con la maestría habitual. El tipo urde lo que parece un crimen perfecto: convence a un desconocido, resentido al parecer contra su mujer, de que si “cruzan” sus intenciones asesinas –“yo mato a la tuya, tú a la mía”- la imposibilidad de la policía de asociar ambos crímenes y de buscarle móviles plausibles a cada cual, acabará por dejar ambos casos sin culpables. Es la prerrogativa del psicópata, siempre parece tener previsto el movimiento siguiente en el tablero de ajedrez. Siempre cree saber cuál es el efecto que va a producir en mí, de qué manera voy a reaccionar ante la piedra en el camino que él previamente ha depositado. Capta tu voluntad y a partir de aquí muestra su irritación si no das exactamente cada uno de los pasos que tenía previsto que dieras, pues él ya ha decidido que tú solo le interesas en tanto que marioneta que mueve a su antojo. La libertad, por tanto, es enemiga del psicópata.

Hay un clima propicio a la psicopatía en nuestro tiempo. La presión que los media descargan sobre hombros formados con un mapa moral muy débil lleva a muchos a pensar que la condición de fracasados hacia la que inexorablemente se dirigen es una absoluta injusticia. Conozco verdaderos holgazanes que no entienden por qué no son ricos, tipos desagradables que tras pegar un eructo cervecero se preguntan por qué las chicas no les hacen caso, marujas que no han pegado golpe en su vida que repudian a sus maridos porque no les ha comprado un apartamento en La Manga como el de la vecina… ¿Por qué no chafarle la cabeza a cualquiera que se interponga en nuestros planes? ¿Cuántas biografías de tantos héroes de la política no se habrá escrito en esos términos? ¿Qué Lady Macbeth hay intrigando detrás de un tipo gris que cree ser el poseedor en justicia del trono de sangre que ha ocupado?

Todos tenemos objetivos, deseos, ambiciones… faltaría más. Todos intentamos, de alguna manera, seducir a los demás, inclinarlos en nuestro favor, “marearlos” para hacerles creer que somos mejor de lo que somos… Pero para el psicópata no existen sino sus ambiciones: o eres un medio para sus fines o no eres nada. Pregúntese si ese tipo que simula escucharle como si usted le interesara es un psicópata. ¿Lo es? Entonces sáquelo de su vida y olvídelo. Solo es un pobre desgraciado.

Saturday, June 14, 2008

SELECTIVIDAD Y OTROS INFORTUNIOS

Cada vez que salgo a fumarme una pipa al balcón, corro el serio riesgo, sea cual sea la hora elegida, de toparme con Abundio, un tipo de veinte años y con corte de pelo de malo-maloso que mientras le come el morro a la tonta-a-las-tres de su novia, nos ameniza a todos la velada con las canciones de Camela puestas a toda leche en el super equipo de su coche. Abundio no lo sabe, pero le he visto crecer... y todo en él me ha ido resultando tediosamente previsible. No sé si se paga sus lujos trabajando en una fábrica o dedicándose a otros menesteres más de malosos... de lo que no tengo duda es de que vive en casa de sus padres y tiene tan pocos remordimientos en ser un chupóptero como los que tiene en joderme a mí con Camela, por no hablar de cuando le da por sacarse su polla de maloso y mear en los pilares de mi edificio. En el fondo, creo que lo que verdaderamente me molesta de Abundio es que me aburre, me aburre profundamente, porque de igual manera que nada me erotiza tanto como la inteligencia, nada me hastía tanto como la ignorancia, especialmente cuando se propaga a base de orgullosos alaridos de simio.




Abundio no va a Selectividad, se quedó en el camino mucho antes porque las aulas asfixiaban su creatividad. Está bien, pero salvo que el mundo haya cambiado mucho mientras estuve en coma los últimos veinte años he de pensar que abandonar los estudios tiene, al menos, tantos inconvenientes como continuarlos. La calle es ciertamente golosa. Uno ve con catorce años tras la ventana del aula pasar la vida como si se le escapara, ve esas puertas del Centro estúpidamente cerradas para que no se pueda ni entrar ni salir, ve a los Abundios del barrio con su cochazo pagado a crédito... y no podemos extrañarnos de que estudiar y seguir estudiando -hasta llegar a la Universidad- empiece a ser una ambición solo de mujeres y de algunos tipos frikis. Y digo mujeres porque creo que son las que preferentemente entienden que la urgencia por ganar dinero y empezar a vivir de esclava para un banco con el cual endeudarse es, como poco, una posibilidad para la que conviene esperar.
Ellas tienden a entender mejor que, incluso en épocas de incertidumbre, prepararse es mejor que no hacerlo. Tengo una extraña tendencia a querer a mis alumnos, y en especial a mis ex-alumnos, cuya sonrisa es sincera sin condiciones ni conveniencias cutres. No me gusta verlos acabar en un bar o en una fábrica. Es así de sencillo... pero, sobre todo, no me gusta verlos convertidos en unos ignorantes.

Una de las más fecundas polémicas de la historia del pensamiento la sostuvieron el Siglo XVIII Voltaire y Rousseau al hilo justamente de la cuestión de la ignorancia. Rousseau -ilustrado de versión desconfiada- temía que el entusiasmo con que los nuevos sabios identificaban el desarrollo moderno de las ciencias les hiciera olvidar que el principal objetivo del ser humano debe seguir siendo siempre el de alcanzar la virtud. Sin moral, el conocimiento es incluso peor que la ignorancia, pensaba. Por eso escribió tantas veces en favor de la honradez del "hombre rústico", ese buen salvaje que, no contaminado por los vicios transmitidos por la civilización, contendría las claves de nuestra salvación todavía posible. "Jamás ha puesto nadie tanto ingenio en querer volvernos animales", dijo Voltaire tras leer las obras principales de Rousseau, "Contrato social" y "Emilio". A la aseveración rousseauniana de que el poder civilizador de las artes y las ciencias no garantizan la moral, D´Alembert -en un sentido cercano al de Voltaire- repondría que "aunque reconociéramos alguna desventaja de los conocimientos humanos, estamos muy lejos de creer que ganaríamos destruyéndolos: los vicios seguirían y tendríamos encima la ignorancia".




No estoy nada seguro de que, entre los licenciados universitarios el porcentaje de indeseables, idiotas morales y psicópatas sin sentimientos sea menor que el que se da entre peones de obra, camareros o jornaleros del campo... Lo que sí sé es que no quiero parecerme ni a Abundio ni al padre de Abundio, que se pasa las tardes en la barra del bar hartándose de vino y mirándole el culo a la camarera colombiana. Y sobretodo, no me gustaría plantarme como Abundio con veinticinco y ya no interesarle a nadie... que es lo que pasa cuando a nadie le aguantas ni un café de conversación.

No sé si la Selectividad sirve para algo, fuera de remediar algunos abusos muy de colegios de monjas que, no lo olvidemos, viven de ofrecerles "distinción y trato personalizado" a sus clientes, de ahí el misterioso milagro de los panes y los peces por el cual a veces convierten la nota de un seis en un nueve... y es que ya se sabe que el cliente tiene razón, aunque la vida a las monjitas se la estemos pagando entre todos, qué ironía. También estoy muy lejos de pensar que la Universidad es el camino de las losas amarillas hacia el País de las Ilusiones Realizadas. En muchos casos ese camino llega a parecer el camino hacia la desgracia.





Justamente en estos días, escucho a algunos ex-alumnos, enredados ahora en el marasmo universitario y sus terribles exámenes finales, expresar sus dudas respecto a su capacidad para soportar durante mucho más tiempo este ritmo de exigencia. Estudiar es inhumano, yo lo he sabido siempre. Cuando a uno le dicen que tiene que nadar largos de piscina durante tres horas en nada le afecta tener el corazón hecho jirones... cuando tiene que ponerse delante de un libro y prepararse para aprobar un examen complicadísimo... ahí sí que hay que empezar a demostrarse a uno mismo que está hecho del hierro con el que forjan a los héroes. Un poco como la protagonista de Kill Bill, cuya preparación junto al maestro shaolín parece más bien un descenso a los infiernos del dolor, la humillación y el esfuerzo -aparentemente- inútil.






Siempre hay, claro, quien mira con cierta sorna a los estudiantes. Muchos lo merecen porque continúan estudiando por ser la manera más fácil de hacer creer a sus padres que piensan quedarse en casa hasta los ochenta años por una buena causa... o se trata simplemente de eludir un mercado laboral que, ciertamente, aturde y acojona, y más teniendo en cuenta cómo está el patio. Asociar hoy el éxito en nuestra sociedad del Rey-Dinero a los estudios es una ridiculez. Sin embargo, no consigo envidiar a los tipos que van con su cochazo por la carretera como emperadores, ni a los que cuentan las monedas de oro, ni a los que viven en casas tan suntuosas como gélidas, ni a Abundio, ni al gilipollas de su padre... Envidio a quienes, como Fran Ruvira (el "diez" más innegociable que jamás he puesto) tienen la maleta repleta de proyectos y la cabeza de ideas, o a Carles Esquembre -ver su blog-que nos deslumbra a todos con sus dibujos y su guitarra, o a tantos otros que tuvieron agallas para aguantarme bastante más de un café. Todos estos sí tienen algo que yo querría tener.


Aprobaréis.

Sunday, June 08, 2008








GENERACIÓN ME




Hay quien piensa que aborrezco internet y las nuevas tecnologías de la información. No es cierto, tan solo constato la inquietud que me producen. Si cada vez que el mercado abraza jubiloso el advenimiento de un nuevo descubrimiento de la ciencia, pongamos por caso en el terreno farmacéutico, no se levantara una sola voz para plantear interrogantes, probablemente ahora ya todos nos hubiéramos vuelto gilipollas a cuenta de inflarnos de prozac, tendríamos más cáncer del que ya tenemos por el plomo de los combustibles y no quedaría un puñetero árbol que talar. No obstante es posible que el problema sea mío. No soy más que un bárbaro ilustrado al que la sola posibilidad de enfrentarse a una batidora o un reloj-despertador le suscita todo tipo de temores infernales... de manera que no les extrañe que al ponerme delante de la pantalla musite siempre alguna frase del tipo " a ver qué me hace hoy el hijo puta éste".






Solo tengo miedo a dos tipos de cosas, las que me seducen y aquellas que, por su potencial competitivo son, como el mejillón-cebra, la cadena de café Starbucks o el árbol eucalipto, capaces de absorber las energías del nicho ecológico donde se asientan, de tal manera que el avance que producen es a costa de un desequilibrio tal en el sistema, que las demás especies quedan condenadas a la extinción o la marginalidad. No se trata de resistirse a Internet, ya es incontenible, ya ha monopolizado el hábitat, se trata más bien de no convertirse en siervo... una aspiración tan vieja como el ser humano.

Generación Einstein. De entrada es falso que los jóvenes españoles sean más inteligentes. Es mejor su alimentación, disponen de más medios de todo tipo -no solo de comunicación- y están creciendo con una capacidad de acceso a las fuentes de información que nos hace pensar a los que tan solo hemos alcanzado los cuarenta años que crecimos en el neolítico. Y sin embargo, nosotros fuimos tan tecnológicamente mutantes como ellos, pues nada hasta el PC ha transformado tanto las líneas de convivencia en los hogares y los referentes del conocimiento como en su momento lo hizo la televisión, que por cierto lleva como quien dice cuatro días entre nosotros... aunque no lo parezca.

Sí es cierto que a nuestros jóvenes les ha creado un cierto complejo de superioridad la sensación -a veces orgullosa, a veces fastidiosa- de tener que enseñarles casi todo respecto al cybermundo a los torpes de sus padres. Estos se han partido el alma batallando en inhóspitos suburbios por asegurar a sus hijos una vivienda y unos estudios dignos y no lo que ellos tuvieron en el pueblo caciquil del que llegaron un día... o sus abuelos, con las costillas marcadas por años de cartilla de razonamiento, gasógeno y aceite de ricino, a los que heló el corazón una España de venganzas crueles y rencores silenciosos... pero todo parece valer poco cuando a uno le aparecen no sé cuantos millones de entradas en google simplemente con escribir "Batalla de Guadalajara" o "la emigración interior española en los sesenta"







No es extraño que se sientan fuertes delante del ordenador porque, efectivamente, lo son más que nosotros en ese ámbito. Es cuestión de pura competencia generacional. No han entrado en la cocina más que para enchufar el microondas, no suelen hacerse la cama, creen que los problemas se solucionan eludiéndolos y hablan alegremente el lenguaje de la violencia "estética" de la play sin darse cuenta de que las hostias de verdad saben a humillación y a mearse de miedo. ¿Se está creando, pese a todo, una nueva generación de genios? Ojalá fuera así, pero nada les va a hacer más daño que hacérselo creer. La mayoría fueron niños deseados, son "acariciados" por la publicidad -que los ha descubierto como consumidores adiestrados y competentes- y advierten como los referentes que manejan son envidiados y deseados por los adultos, que sueñan con volver a salir de marcha, fumar porros, cantar con los ultras en los estadios, pasarse el fin de semana en un parque temático, vestir ropa informal y pasearse ridículamente por las calles con patines.
Y ciertamente es un error que el neófito piense que, como profesor o como padre, ya no tengo ninguna autoridad en tanto que suministrador de información. Lo es porque el desfile hemorrágico de datos en medio del que viven no puede dar lugar más que a la esquizofrenia y a la irresponsabilidad -ese pasearse por la cáscara de las cosas sin detenerse verdaderamente en nada- si la generación adulta no les ayuda a formatear sus estructuras mentales para filtrar el bien y el mal, lo verdadero y lo falso, lo relevante y lo banal, lo duradero y lo caduco... cuestiones tan antiguas como los desafíos socráticos, tan poco desfasados como los viejos sabios. Salvo que pensemos que puede haber Luke Skywalker sin maestro Jedi.




Pero para ganarse el derecho que tan ostentosamente exhiben a ser insolentes y cínicos les falta un dato. No saben que los adultos formamos una secta de hijos de perra conchabados para explotarles, sacarles el sebo y, finalmente, meter el codo bien fuerte para que no pasen cuando ellos quieran de verdad acceder a los cuadros de mando que ocupamos nosotros. Este es el gran secreto que se oculta tras la indulgencia con las que les tratamos en un tiempo en que ni la familia ni la escuela creen verdaderamente en sí mismas como agentes de enculturación. Generación me, dicen también los sociólogos, por aquello del componente narcisista. Les estamos haciendo creer que son estupendos... y luego, hablando entre nosotros, nos quejamos, olvidando que es nuestra indolencia la que está fabricando esta especie de generación perdida repleta de personas cobardes para el compromiso e incapaces de rebelarse ante más injusticia que la que se les hace en tanto que consumidores. Son la víctima perfecta para el modelo laboral precario en el que ya empezamos a movernos. Serán explotados y ninguneados, se les negará cualquier opción de progreso y mejora personal, pasarán de un trabajo a otro y se marcharán "porque estaba harto" sin pensar en la pasta que han hecho ganar al indeseable de su jefe... Caminan sin saberlo hacia un mundo inhóspito para el que no les estamos preparando, quizá en parte porque les queremos.


Pero tienen el mayor coeficiente intelectual de la historia de España, ya lo dicen las estadísticas. Y un psicólogo les ha dicho a mis vecinos que su hijo es un superdotado, como el ochenta por cien de los niños a los que se les hace un test de inteligencia. Ojalá sobrevivan a la hostia que van a darse.

Sunday, June 01, 2008










REHAB


Ustedes no lo saben, pero yo soy un malote. La mayoría de las noches me acuesto pensando que si, al levantarme por la mañana, miro por la ventana y descubro que algún tipo de bomba limpia ha acabado con los miles de millones de hocicos humanos y ha dejado por fin tranquilos a los árboles y a los pájaros, perderé poco tiempo en injuriar a Dios por devorar de manera tan cruel a sus propias criaturas. A veces me gusta pensar que soy un trozo de pan, un tipo de principios sólidos y fe rotunda en el orden cósmico, pero cuando regresa la lucidez, lo que descubro en mí es mucha, mucha pereza para dañar activamente a mis congéneres… soy, ya lo ven, algo indolente para la crueldad, y esa es la razón por la cual alguno se ha librado de la tormenta de mi cólera.




Soy pues bastante hijo de puta -casi tanto como mi ídolo, el Doctor House- lo que pasa es que solo me lo notan algunos, entre otras cosas porque ellos lo son igualmente. En realidad siempre quise serlo y, sobre todo, parecerlo. Ya en la escuela me dio la impresión de que las chicas solo se interesaban por los malotes. Y había que serlo con todo el atrezzo… si uno no valía para ingresar en la mafia calabresa, mejor que se quitara de en medio y, para obtener la leve sonrisa de alguna de las guapas, se preocupara de conseguirle los apuntes, pues como castigador le faltaba credibilidad. Recuerdo el caso de un compañero al que hoy todos denominaríamos como freaky. Era más feo que pegarle a un padre, estaba contrahecho porque, según la leyenda, su columna estaba al revés, y tenía esa extraña audacia de los marginados para decir siempre la mayor estupidez en el momento inoportuno y despertar la hostilidad general. Pues bien, se pasaba el día insistiendo en que era camello y que estaba empleado como “Relaciones” en una discoteca de malos malosos. Jamás nos dio ni una puta entrada para la susodicha discoteca, y lo que es peor, un día mi amigo Cabuto y yo nos decidimos a negociar con él por asuntos de drogas blandas para hacernos los malotes con las chicas, pero resultó que el tipo no traficaba ni con bollycaos.

Hablando de drogas, recuerdo muy bien la cara de maloso que se me puso un día que fui a fumar porros con los amigachos del Cara de Cabra en Patraix. Uno se acababa de liar un porro y empezó a circular. Allí estábabamos los cuatro adolescentes predelincuenciales entornando los ojos con cada calada. “¡Cómo sube esto!”, dijo Cabuto… y debió ser por la promiscua circulación de babas, pues al cabo de un rato el liador del porro nos dijo que no había metido nada, que era solo tabaco…y que “hay que ver lo mamarrachos que llegáis a ser.” El Cara de Cabra, indignado con el tipo porque “ya me ha hecho unas cuantas de éstas” nos contó que éste era así, y que sabían que una vez le había robado un condón a su padre y se había masturbado con él puesto, como para saber que se sentía cuando se follaba …(?)

Ya lo ven, me falta glamour como maloso. Últimamente intento impresionar al amor de mi vida acercándome sigilosamente a los negros del top manta para hacerle ver que también yo puedo moverme como pez en el agua por los espacios de la ilegalidad y la delincuencia… aunque no veo por la cara de "hay que ver lo tonto que eres" que funcione demasiado, dicho sea de paso. Podría ir al peluquero, como hacen algunos de mis alumnos, y pedirle uno de esos cortes que dejan pelajos largos a los lados de las orejas, pero ya estoy lejos de ser guapo como para además hacer méritos. Yo entiendo que los tipos adánicos que nunca han roto un plato no produzcan ni la más mínima turbulencia en el alma femenina, y para qué hablar de quienes van por el mundo con pinta de recién salidos de la sacristía. Ahora bien, la mayoría de los que se ganan prestigio de malotes entre las chicas son por lo general unos idiotas. Eso lo he terminado de saber de mayor, cuando veo a muchos de ellos, calvos y gordos, hartos de su mujer –aquella que tanto le envidiábamos y que está todavía más harta de él- y sin fuerzas para liar más porros que el que les deja la presión de la hipoteca y unos hijos caprichosos a los que hay que llevar a esquiar porque sus amiguitos también van.


No eran pues tan malos como lograron parecer. Los verdaderos malos son de otra pasta. Fíjense por ejemplo en el ex presidente del Valencia. En el cole se reían de él, le dejaban jugar solo porque, como era de familia rica, siempre era él el dueño del balón, las chicas se hacían lesbianas antes de fijarse en él….Ningún glamour, ningún perversión… solo una profunda mediocridad y la más absoluta falta de escrúpulos del resentido que sospecha que, con el tiempo verá pasar el cadáver de todos los exitosos del patio. Son este tipo de personajes reconcomidos los verdaderos destroyer, los sepultureros de cualquier sombra de excelencia humana... el mal en su versión más realista... y más nauseabunda.

El atractivo del mal no es pues más que una ficción adolescente. ¿Lo es? Sí, pero ningún efecto de seducción tiene existencia si no es a partir de la ilusión.

Ayer volví a ver el clip “Rehab”, de Amy Winehouse. Creo que es eso lo que ha me ha hecho escribir este artículo. Hay algo hipnótico en ese video, más allá de la voz incuestionablemente atractiva de Amy. Ese ritmo lento, ese juego de zooms que nos acercan y nos alejan de los ojos y los morros pintarrajeados de la cantante… “No iré a rehabilitación, no, no, no”. No está contenta con su vida, es más, se siente profundamente desgraciada, ha asumido que morirá pronto y, lo que es peor, no le importa porque, después de todo, es posible que no haya tanto por lo cual cuidar del propio cuerpo. Hay, repito, una extraña ritualidad en ese clip, el Mal se pasea por los tonos grises de una habitación que parece ser la escena devastada de muchas batallas alcohólicas anteriores…No me atrae Winehouse porque se drogue –tal cosa me importa bien poco- no quiero redimirla como patéticamente intentó Mick Jagger avisando de los riesgos de una vida sin límites, tampoco quiero utilizarla como mal ejemplo para que los adolescentes se den cuenta de lo chungo que es drogarse… me gusta porque domina, acaso sin saberlo, los signos del Mal, ese atractor misterioso del que uno también puede aprender –por aquello de que hay que tener amigos hasta en el infierno-… aunque solo sea que eso de casarse, sacar matrículas, ser amable y generoso con la gente, ganar dinero y acudir a misa es un conjunto de panoplias para hacernos morir de aburrimiento… para ocultar que, después de todo, lo único importante es hacer con la propia vida lo que a uno le salga de los cojones.
Me drogo menos que Amy, desde luego, pero yo tampoco pienso rehabilitarme de lo mío... no,no, no...