Sunday, October 15, 2006






HÉROES Y RELATOS










Una interpretación incorrecta del racionalismo de los Ilustrados del XVIII llevó a algunos autores del siglo siguiente a confundir el fin de los viejos fantasmas de la superstición con la desaparición del culto a los héroes. August Comte, fundador del Positivismo, proclama la superación del estadio teológico, al que denomina infancia de la humanidad, y del metafísico, al que identifica con nuestra pubertad, en favor del estadio positivo, donde el triunfo de la ciencia se asocia a la madurez de la especie y encamina el ideal del ordre et progrès. Ciertamente, se divisa con toda claridad un hilo conductor en Occidente que asocia modernización y secularización, o lo que es lo mismo, que une la conquista de un modelo racionalizado del saber y la tecnología con lo que se ha denominado secularización o retirada de las viejas imágenes del mundo. Bien, quizá ya no necesitemos a los dioses, pero continuamos necesitando a los héroes. Aquel sistema de valores que no apueste por la excelencia humana en cualquiera de sus múltiples formas es mezquino, quien no está dispuesto a conmoverse ante los gestos del héroe es un miserable.
En estos días se ha conocido la muerte a balazos en un ascensor moscovita de Anna Polikótvskaya. "Rusia está horrorosa últimamente", oigo decir. Y es cierto, pero ni la pobreza ni el abuso del vodka ni siquiera el mal olor que desprenden las cañerías -de eso hablan mucho quienes visitan la ciudad del Kremlin- son peor que el miedo, un miedo que impera por doquier. El trabajo incasable de esta valerosa periodista ha puesto ante los ojos del mundo lo que el mundo parece no querer ver, que una nueva forma de dictadura del terror, a medio camino entre la realidad histórica del estalinismo y la ficción de Orwell, se ha impuesto en el confín este de Europa. Anna no es un héroe por haber sido asesinada, pues en ese caso habríamos de otorgar carácter probatorio al sacrificio, un espantajo ideológico que fanáticos religiosos y fundamentalistas de toda ralea han hecho valer desde siempre; más bien la asesinaron por ser un héroe. Levantar la voz cuando todos los dedos índices del miedo reclaman el punto en boca, relatar allá donde la narración pretende quedar silenciada, atreverse a mirar allá donde se han hecho las tinieblas... por todo ello mataron a Polikótvskaya, cuya imagen micrófono en mano entre las nieves de la torturada Chechenia deben ir a parar al mismo lugar que las del chino que cortó el paso a los tanques en Tiananmen.